Las horas pasan en el centro de reunificación de familias de víctimas del derrumbe este jueves de un edificio en Miami-Dade, y, aunque eso casi siempre son malas noticias en estos casos, los allegados del centenar de desaparecidos mantienen una actitud positiva y no pierden la esperanza. No todavía.
Álvaro Blanco / EFE
Rachel Spiegel, hija de Judy, de 65 años, dice que tiene mil preguntas sobre lo ocurrido, pero ahora solo quiere volver a abrazar a su madre, con la que habló horas antes de que su apartamento se desplomase la pasada madrugada.
Judy vivía en el apartamento 603, dos pisos debajo de donde estaban pasando la noche los argentinos Andrés Galfrascoli y Fabián Núñez, y su hija, Sofía, de 6 años, y que también están desaparecidos.
Entre las 99 personas de las que no se tienen noticias hay argentinos, uruguayos, colombianos, puertorriqueños, venezolanos y paraguayos, incluida la hermana, cuñado y sobrinos de la primera dama paraguaya, Silvana López Moreira.
Rachel explicó que tienen poca información y casi todo se limita a una tensa espera, pero hacen «todo lo posible» por mantener la confianza en el trabajo de los equipos de salvamento.
Y eso a pesar, de que como informó el canal CBS, en este centro solo se ha producido una única reunificación familiar. El resto, por ahora, debe esperar.
EL RESCATE
Moisés Rubinstein, vecino y miembro de la comunidad judía local, que se ha volcado con damnificados y familiares de los desaparecidos, llegó a primera hora de la mañana y desde entonces ha estado ayudando a unos y otros en el centro.
Dentro, explicó a Efe, hay más de un centenar de personas, separadas en grupos familiares, entre los que va aumentando el «enfado» porque consideran que las autoridades se están demorando demasiado en las tareas de rescate.
No ayuda el hecho de que en el interior del centro se están tomando ya muestras de ADN de los familiares de los desaparecidos para poder identificar a posibles víctimas, según explicó Rachel.
Un grupo de perros de apoyo emocional les ayudan a superar estas primeras horas desde la tragedia ocurrida en esta pequeña ciudad de Surfside, vecina de Miami Beach, donde la población judía es numerosa.
Mientras, otros canes, entrenados para otra función, hacen una tarea todavía más vital, la de encontrar a posibles supervivientes bajo las toneladas de escombros del edificio.
Pero van pasando las horas y los rostros de angustia se van intensificando en este centro al que se acercó la puertorriqueña Estela María para ver si había novedades de su sobrina Annie, de 42 años, y Luigi, de 19, que vivían en el edificio siniestrado y de los que no tienen noticias desde el colapso de la estructura.
«No contestan y ella era muy eléctrica y enseguida contestaba cuando la llaman», dice a la prensa con los ojos llorosos la mujer, que intenta aplacar el dolor que sufre su hermana, madre y abuela de los desaparecidos, que, explica, no para de llorar.
UN TERREMOTO
Este centro también es punto de reunión e información por los vecinos damnificados, que han sido trasladados a hoteles cercanos por la Cruz Roja, quedando solo los familiares de los desaparecidos.
Una de estas vecinas es Sarah Nir, una mujer que vivía en el primer piso en el sector sureste del edificio siniestrado, es decir, anexo al que colapsó esta pasada madrugada.
Nir explicó a Efe que lo suyo y sus hijos fue un «milagro».
Acababan de llegar a casa cinco minutos antes de que todo comenzase. Su hija Honey se preparaba para ducharse antes de acostarse cuando comenzaron a oír ruidos de golpes, «como de obra», por lo que bajó a protestar al vigilante del turno de noche y amenazar con que o cesaban o llamaría a la Policía.
No tuvo tiempo. Se oyó una gran explosión, y ella y sus hijos salieron corriendo pensando que era un terremoto y lo mejor era salir a la calle. Cuando salieron parte de su edificio se había derrumbado.
Nir acudió al centro comunitario para saber dónde podrán dormir y ver si hay opciones de poder regresar en algún momento al edificio a recoger sus enseres y documentación más importantes.
Al lugar, a donde fueron trasladados muchos damnificados que tuvieron que salir de casa sin apenas ropa ni calzado, ha ido llegando la ayuda por parte de vecinos y organizaciones.
Uno de ellos fue el joven Daniel Beaoliel, que al conocer la situación de los afectados no lo dudó y se acercó al centro de reunificación con dos grandes bolsas llenas de calzado de todo tipo, desde zapatillas de andar por casa a deportivas.
Otros llevaron colchones, mantas, sábanas, toallas y almohadas para los que pasarán la noche en el centro mientras esperan noticias positivas y rezan porque sus familiares sigan vivos.
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