El Colegio Electoral de EE.UU. dio este lunes un golpe letal al intento del presidente saliente, Donald Trump, de revertir en los tribunales el resultado de las elecciones de noviembre, una estrategia inaudita y fútil que alimentó las divisiones y la desconfianza en el sistema democrático en el país.
Lucía Leal / EFE
Al confirmar la elección de Joe Biden como el próximo presidente de EE.UU., los miembros del Colegio Electoral, reunidos en cada estado, ratificaron lo que los medios de comunicación habían pronosticado hace más de un mes: que Trump perdió los comicios del 3 de noviembre y tendrá que abandonar la Casa Blanca el 20 de enero.
UNA ESTRATEGIA LEGAL FALLIDA
Decidido a ignorar esa realidad, Trump lanzó a comienzos de noviembre una extraordinaria campaña destinada a convencer a los tribunales de que se había perpetrado un fraude masivo debido fundamentalmente a la expansión de las opciones de voto por correo, sin presentar ninguna prueba real.
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Su objetivo y el de sus aliados era convencer a las cortes de cada estado, y en último término al Tribunal Supremo, de que declararan inválido el resultado no solo en uno, sino en varios estados clave, para eliminar así la notable ventaja que le llevaba Biden en el Colegio Electoral, con 306 votos frente a 232.
La corroboración de la victoria de Biden en el Colegio Electoral, tres días después de que el Supremo desestimara su intento más ambicioso de desafiar lo votado, marca el fin de la estrategia de Trump en los tribunales, aunque no necesariamente el término de sus maniobras para aferrarse al poder.
LA ÚLTIMA ESPERANZA DE TRUMP: EL CONGRESO
Trump todavía tiene una última y rebuscada esperanza: la de inclinar la balanza a su favor el 6 de enero, cuando ambas cámaras del Congreso se reunirán para poner el sello final al resultado de las elecciones, en una sesión encabezada por el actual vicepresidente estadounidense, Mike Pence, que preside el Senado.
En esa sesión se contarán los votos electorales de cada estado, y si un miembro de la Cámara Baja y otro del Senado se oponen al cómputo en un territorio, pueden desafiarlo; pero para invalidarlo tendrían que superar una votación de ambas cámaras, una meta muy complicada de alcanzar.
Stephen Miller, asesor de Trump, aseguró este lunes que la batalla por retener el poder seguirá hasta el 20 de enero, en una señal de que Trump no planea reconocer la derrota pese a su corroboración en el Colegio Electoral.
Sin embargo, lo que está claro es que su pulso contra lo votado ya no se dirimirá en los tribunales, donde sus excéntricos abogados presentaron decenas de demandas desde que los medios de comunicación pronosticaron la victoria de Biden, el pasado 7 de noviembre.
DENUNCIAS DESCABELLADAS Y SIN PRUEBAS
El equipo legal de Trump, encabezado por el exalcalde de Nueva York Rudy Giuliani esgrimía casi a diario ante los medios graves acusaciones de fraude y enrevesadas teorías de la conspiración, pero luego no aportaba pruebas contundentes ante los tribunales, que desestimaron sus demandas en casi todos los casos.
Sus descabellados argumentos fueron desde acusar de interferencia electoral al fallecido presidente venezolano Hugo Chávez y asegurar que los aliados de este habían contado votos estadounidenses en España y Alemania; a afirmar que Trump ganó por millones de votos, pero que muchos se derivaron a Biden debido a un software amañado por los demócratas.
El golpe de gracia a esa estrategia lo propinó el pasado viernes el Tribunal Supremo, que rechazó una demanda presentada por los líderes republicanos de Texas y respaldada por Trump para impedir que Georgia, Michigan, Pensilvania y Wisconsin, refrendaran este lunes su victoria en el Colegio Electoral.
El principal objetivo de los abogados de Trump fue siempre dar la vuelta al resultado en esos cuatro estados clave, que el ahora presidente ganó en 2016, pero que ahora han votado por Biden.
UNA CAMPAÑA DE RELACIONES PÚBLICAS
Además de acudir a los tribunales, Trump presionó a legisladores estatales en Michigan y Pensilvania para que interfirieran en el proceso del Colegio Electoral, y a los líderes republicanos de Georgia para que encontraran formas de descalificar votos.
La tensión en Georgia escaló hasta tal punto que al menos un trabajador electoral recibió amenazas de muerte, y el encargado de la implementación del sistema de votación en el estado, Gabriel Sterling, exigió públicamente que el presidente y sus aliados «pararan» sus denuncias infundadas de fraude.
Pero Trump seguía con una estrategia que ha sido, ante todo, una campaña de relaciones públicas para pulir su marca de líder insurgente y enemigo del poder establecido, y promete mantenerla mucho después de abandonar la Casa Blanca en enero.
La táctica ya le ha dado resultados: solo el 24 % de los estadounidenses que se definen como republicanos aceptan el resultado de las elecciones, según una encuesta de principios de diciembre de la emisora NPR y la consultora Marist.
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