El aumento alarmante de las temperaturas globales ha llevado a varias ciudades alrededor del mundo a adoptar una estrategia poco convencional para combatir los estragos en sus territorios: nombrar a funcionarios dedicados exclusivamente a combatir el calor extremo.
Por Infobae
Conocidos como “directores de calor”, estos individuos están a la vanguardia de proyectos destinados a proteger a las poblaciones de las cada vez más frecuentes e intensas olas de calor. Eleni Myrivili, la directora de calor global del programa de asentamientos humanos de las Naciones Unidas y ex directora de calor para Atenas, describe el calor extremo como un “asesino silencioso”, un problema a menudo subestimado debido a su falta de visibilidad dramática comparada con otros desastres naturales.
Myrivili, en una reciente conferencia vía video con CNBC, subrayó la gravedad del asunto: “El calor, creo firmemente, será el desafío de salud pública número uno con el que tendremos que lidiar en la próxima década. Y necesitamos prepararnos ahora”. Esta llamada a la acción resalta la necesidad de priorizar la lucha contra el calor extremo, definido por el Centro para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) de Estados Unidos como temperaturas de verano significativamente más calientes y/o más húmedas que el promedio.
La importancia de estos esfuerzos está relacionada con el hecho de que el calor es el asesino asociado con el clima, número uno en Estados Unidos, con más de 1.700 muertes atribuidas a las altas temperaturas en 2022, aproximadamente el doble del número registrado cinco años antes. El calor extremo no discrimina, afectando tanto a adultos mayores y niños como a personas con enfermedades crónicas y aquellos que pueden parecer saludables y jóvenes.
En esta revolución silenciosa contra el calor, ciudades desde Miami hasta Melbourne han dado pasos significativos, demostrando que es posible, pero urgentemente necesario, hacer del combate al calor extremo una prioridad máxima. La implementación de estrategias efectivas requiere un cambio de paradigma en cómo las sociedades perciben y responden a este fenómeno, considerando su carácter menos visible pero igualmente devastador que otros desastres naturales.
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