Una vez que los Chiefs conquistaron su segundo Super Bowl consecutivo, los fanáticos se reunieron para otro desfile conmemorativo del logro.
Por VOA
Es muy difícil pensar que habrá un tercer festejo seguido.
No porque los Chiefs no puedan ganar otro cetro de la NFL. Después de todo, su quarterback estelar Patrick Mahomes tiene apenas 28 años.
Pero si se coronan otra vez, será difícil que las autoridades permitan una concentración tan grande de aficionados en un mismo lugar para vitorearlos, reconocieron expertos en seguridad tras el tiroteo del miércoles, que se desató justo cuando concluía el desfile.
“Tienen que pensárselo dos veces antes de hacer estos desfiles”, advirtió Bill Evans, excomisionado policial de Boston, quien en 38 años con el departamento trabajó en 12 celebraciones de campeonatos y enfrentó la situación tras el atentado dinamitero en el maratón de la ciudad en 2013. “Cuando tienes a tanta gente en el mismo lugar, nada bueno puede pasar”.
Hasta 1 millón de fanáticos acudieron a ovacionar a los Chiefs el miércoles, tres días después de su victoria por 25-22 sobre los 49ers de San Francisco en el Super Bowl LVIII. El evento incluyó un desfile por el Grand Boulevard, seguido por una concentración frente a Union Station.
La música festiva seguía sonando cuando comenzaron a escucharse los disparos entre la multitud. Murió una mujer de raíces mexicanas, quien tenía dos hijos, y resultaron heridas otras 22 personas —la mitad de ellas menores de 16 años.
Dos adolescentes estaban detenidos, informó la jefa policial Stacey Graves.
La violencia en Kansas City es parte de una tendencia preocupante, en que las celebraciones deportivas se tornan mortíferas. El consumo de alcohol suele ser el combustible y las armas de fuego la chispa que enciende estos hechos.
Tan sólo en el último año, al menos 10 personas resultaron heridas por disparos en el centro de Denver, donde los aficionados festejaban la coronación de los Nuggets en la NBA, y dos personas fueron arrestadas —aunque ninguna herida— cuando una persona hizo disparos al aire por un problema en un estacionamiento, tras el desfile de los Rangers de Texas por su victoria en la Serie Mundial.
Quinton Lucas, alcalde de Kansas City, aseveró que la ciudad seguirá celebrando sus victorias. Mantuvo en pie además la realización del desfile por el Día de San Patricio, el mes próximo.
Sin embargo, Lucas reconoció que habrá tiempo para replantear cómo se festejan los campeonatos.
“Si tenemos la bendición suficiente de ganar un Super Bowl de nuevo, ¿volveríamos a hacer esto? ¿O simplemente diríamos, ‘vayan al Arrowhead Stadium, pasen por los detectores de metales’? ¿Realizaríamos un evento más seguro y pequeño?”, preguntó el alcalde en declaraciones al canal local de televisión KMBC.
“Pienso que muchos de nosotros, particularmente en aquéllos que piensan en traer a sus niños a algún lugar, podrían preguntar, al menos por un tiempo: ‘¿Es a esto a lo que queremos arriesgarnos?’”, añadió. “Es una pena que esto sea a lo que hemos llegado hoy en Estados Unidos y en nuestra ciudad”.
La seguridad en los eventos deportivos fue un aspecto más bien secundario antes de que los atentados del 11 de septiembre de 2001 atizaran los temores de que los terroristas podrían apuntar contra las principales concentraciones de público.
Al febrero siguiente, el Super Bowl fue catalogado como un “Evento Especial de Seguridad Nacional”, donde las operaciones fueron orquestadas por el Servicio Secreto. Los fanáticos debieron pasar por detectores de metales para ingresar en el Superdome de Nueva Orleáns.
Un plan similar se implementó para los Juegos Olímpicos de Invierno en Salt Lake City, en aquel mismo mes.
Pero para el típico juego de la temporada regular de béisbol, el mismo personal de la policía seguía controlando a las multitudes y lanzando a los fanáticos la advertencia: “Si ve usted algo, diga algo”.
“Ellos podían haber revisado más a la gente en busca de alcohol”, dijo Evans. “Pero no pienso que alguien estuviera preocupado por pistolas o explosivos”.
Ello cambió tras el atentado en el Maratón de Boston. Dos ollas de presión, acondicionadas como bombas, mataron a tres personas y dejaron heridas a cientos más cerca de la línea de meta de una de las carreras pedestres más prestigiosas del mundo.
Se instalaron detectores de metales en los parques y estadios de todo el país. Se autorizó entrar sólo con bolsas pequeñas, que permitieran ver lo que estaba en el interior.
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