Bajo un sol despiadado, un río de personas cruza sin cesar el puente Simón Bolívar, su flujo es más poderoso que la corriente que está debajo. Cada día, al menos 40 mil transeúntes cruzan de Venezuela a Villa del Rosario, en Colombia.
Por Panamericana
La mayoría regresa, cargada con sacos abultados y maletas que contienen alimentos frescos, ropa y medicamentos. Cada día, unas 1.500 personas no vuelven, uniéndose a los 4.6 millones de venezolanos que han abandonado su país en busca una mejor vida.
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Esta es una crisis humanitaria que Colombia está enfrentando de manera admirable. En Villa del Rosario, cientos de personas hacen fila para almorzar en una cocina comunal operada por el obispo local. Muchos todavía viven en Venezuela, pero están desnutridos. Otros siguen su viaje. Cerca hay un puesto de salud para migrantes. Más de 1.5 millones de personas han sido vacunadas.
Un refugio proporciona alojamiento temporal para los que están enfermos, las mujeres que vienen a dar a luz o quienes necesitan descansar.
Aunque las Naciones Unidas y las organizaciones no gubernamentales están ayudando, la ayuda extranjera cubre menos de una quinta parte de los costos adicionales en los que incurre Colombia, principalmente en atención médica y educación.
Ese no es el único precio de vivir al lado de la dictadura que Nicolás Maduro instauró en Venezuela.
En una jefatura de policía ubicada a las afueras de la cercana ciudad de Cúcuta, el coronel José Palomino tiene un mapa codificado por colores de los 143 kilómetros de la frontera a su cargo.
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Cada color corresponde a una organización criminal, que abarca desde el Ejército de Liberación Nacional, un grupo guerrillero colombiano, hasta varias bandas colombianas y venezolanas dedicadas al narcotráfico, la extorsión y el contrabando. “Cada grupo tiene un pedazo de la frontera”, dice.
Hasta ahora, esas bandas permanecen en la zona. La tasa de asesinatos en Cúcuta, una ciudad de 800 mil personas, es similar al promedio nacional. Pero ¿por cuánto tiempo más? La primera ola de migrantes venezolanos estaba formada principalmente por hombres de negocios y profesionales.
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Ahora, dice el coronel Palomino, “los bandidos y delincuentes” están comenzando a llegar “porque ya no queda nada para robar allá”.
El gobierno del presidente Iván Duque apostó por la caída de Maduro.
En febrero, Venezuela rompió los lazos diplomáticos después de que Colombia intentó ingresar ayuda humanitaria a través de la frontera en asociación con Juan Guaidó, el líder de la oposición que es reconocido por Colombia como el presidente interino del país vecino.
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El problema es que no hay señales de que las sanciones de los Estados Unidos vayan a sacar a Maduro. El cambio político en América Latina, incluida la elección de Alberto Fernández, un peronista de centroizquierda, como presidente de Argentina, está debilitando el frente diplomático contra el régimen de Maduro.
“La única forma de cambiar el flujo migratorio es poner fin a la dictadura”, insiste Carlos Trujillo, ministro de Relaciones Exteriores de Colombia.
Colombia ha progresado mucho este siglo. Debido a la amenaza que representa Venezuela, la consolidación de la paz interna se ha vuelto aún más urgente.
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