“Hemos alcanzado una victoria que no se esperaba. Debemos mostrar humildad ante Alá”. Con esas palaras, el mulá Abdul Ghani Baradar, jefe de la oficina política de los talibanes en Qatar, declaró el domingo la victoria del movimiento insurgente en Afganistán, tras la conquista de la capital Kabul.
Se trató de un logro inesperado por su rapidez y que se completó con la huida del presidente Ashraf Ghani, y la toma de Kabul, tras un rápido avance de los extremistas.
El domingo fue el primer día en Afganistán bajo control del régimen talibán desde la invasión de Estados Unidos en 2001 en respuesta a los atentados del 11 de septiembre. Desde entonces, el grupo insurgente se vio obligado a renovar su cúpula tanto por los diversos cambios internos como por las bajas sufridas durante los enfrentamientos armados contras las fuerzas afganas y extranjeras, con la norteamericana a la cabeza.
Sin embargo, el funcionamiento interno y liderazgo del movimiento talibán siempre estuvieron envueltos en un halo de misterio, como cuando gobernó el país asiático entre 1996 y 2001.
Su fundador y líder original fue el mulá Mohammad Omar, que pasó a la clandestinidad después de que los talibanes fueran derrocados por las fuerzas locales apoyadas por Estados Unidos en 2001. Tan secreto era el paradero de Omar que su muerte, en 2013, sólo fue confirmada dos años después por su hijo, el mulá Yaqoub, quien en la actualidad se desempeña como jefe de la poderosa comisión militar de los talibanes. Así como sucede con el resto de la cúpula talibán, poco se sabe de su persona: se prevé que tiene poco más de 30 años y se desconoce su paradero.
A continuación, los principales líderes del grupo islamista radical.
Haibatullah Akhundzada, el líder supremo
El mulá fue nombrado jefe de los talibanes en mayo de 2016 en el marco de una rápida transición de poder, días después de la muerte de su predecesor, Mansour Akhtar, abatido en un ataque de un drone norteamericano en Pakistán.
Desde el comienzo, fue elegido principalmente para servir más como una figura espiritual que como un comandante militar.
Durante 15 años, hasta su repentina desaparición en mayo de 2016, Akhundzada enseñó y predicó en una mezquita de Kuchlak, una ciudad ubicada al suroeste de Pakistán, según han contado allegados y alumnos a la agencia Reuters. Se cree que actualmente tiene unos 60 años, y se desconoce su paradero.
Antes de su designación, se conocía poco de Akhundzada, hasta entonces más centrado en cuestiones judiciales y religiosas que en el ala militar. Aunque gozó de gran influencia en el seno de la insurgencia, donde lideró el sistema judicial, algunos analistas creían que su papel al frente del movimiento sería más simbólico que operativo.
Hijo de un teólogo, originario de Kandahar, el corazón del país pastún en el sur de Afganistán y cuna de los talibanes, Akhundzada obtuvo rápidamente una promesa de lealtad de Ayman al-Zawahiri, el líder del grupo terrorista Al Qaeda. El egipcio lo llamó “emir de los creyentes”, denominación que le permitió afianzar su credibilidad en el mundo yihadista.
Akhundzada tenía la delicada misión de unificar a los talibanes, quienes se encontraban fracturados y divididos por una violenta lucha por el poder tras la muerte de Mansour y la revelación de que habían ocultado durante años la muerte del mulá Omar. Pese a estas divisiones, el actual líder supremo logró mantener unido al grupo y continuó siendo bastante discreto, limitándose a transmitir mensajes anuales en los días festivos islámicos.
El mulá Abdul Ghani Baradar, cofundador
Nacido en la provincia de Uruzgan y educado en Kandahar, Baradar es el cofundador de los talibanes junto con el mulá Omar. Baradar es ahora el jefe político de los talibanes y su cara más pública. Su influencia es tal que se cree que podría ser el presidente del Emirato Islámico de Afganistán una vez que los talibanes asuman el control total del país en no mucho tiempo.
“La verdadera prueba de los talibanes no ha hecho más que empezar, y es que tienen que servir a la nación”, manifestó el domingo tras la caída de Kabul a manos de los extremistas.
Como muchos afganos, su vida se moldeó con la invasión de la Unión Soviética en 1979, que lo convirtió en muyahidín, un combatiente islámico fundamentalista, y se cree que luchó junto con el mulá Omar.
En 2001, tras la intervención estadounidense y la caída del régimen talibán, se decía que formaba parte de un pequeño grupo de insurgentes dispuestos a un acuerdo en el que reconocían la administración de Kabul. Pero esta iniciativa resultó infructuosa.
En 2010 fue detenido por las fuerzas pakistaníes en Karachi. En ese entonces Baradar era el jefe militar de los talibanes. Dos años después fue liberado, en gran parte por la presión ejercida por Estados Unidos. Escuchado y respetado por las distintas facciones talibanes, fue nombrado jefe de su oficina política, ubicada en Qatar.
Desde el país del Golfo, encabezó las negociaciones con los estadounidenses, que condujeron a la reciente retirada de las fuerzas extranjeras de Afganistán.
La delegación de los talibanes también contó con la activa participación de Sher Mohammad Abbas Stanikzai, ex viceministro del gobierno talibán antes de su destitución. Vivió en Doha durante casi una década y se convirtió en el jefe de la oficina política del grupo en esa ciudad en 2015; participó en negociaciones con el gobierno afgano y ha representado a los talibanes en viajes diplomáticos a varios países.
Abdul Hakim Haqqani, en tanto, se desempeñó como jefe del equipo negociador de los talibanes. El antiguo jefe de justicia en la sombra de los talibanes dirige su poderoso consejo de eruditos religiosos y se cree que es la persona en la que más confía Akhunzada.
Sirajuddin Haqqani, el jefe de la red Haqqani
Hijo de un célebre comandante de la yihad antisoviética, Jalaluddin Haqqani, Sirajuddin es a la vez el número dos de los talibanes y el jefe de la red Haqqani.
Esta red, fundada por su padre, está clasificada como terrorista por Estados Unidos, que siempre la consideró como la facción combatiente más peligrosa ante las tropas estadounidenses y de la OTAN en los últimos dos decenios en Afganistán.
También está acusado de haber asesinado a altos responsables afganos y de haber retenido como rehenes a occidentales para obtener un rescate o mantenerlos como prisioneros, como el caso del militar estadounidense Bowe Bergdahl, liberado en 2014 a cambio de cinco detenidos afganos de la cárcel de Guantánamo.
Conocidos por su independencia y sus habilidades de lucha, se cree que los Haqqani están a cargo de las operaciones de los talibanes en las áreas montañosas del este de Afganistán y que tendrían una gran influencia en las decisiones del movimiento, al tiempo que ejercen su influencia sobre el consejo de liderazgo de los talibanes.
En una columna de opinión publicada en The New York Times en 2020, Sirajuddin Haqqani se refirió a la guerra en Afganistán y los enfrentamientos con Estados Unidos: “No elegimos nuestra guerra con la coalición extranjera dirigida por Estados Unidos. Nos vimos obligados a defendernos. Seguiremos comprometidos con todas las convenciones internacionales mientras sean compatibles con los principios islámicos. Y esperamos que los demás países respeten la soberanía y la estabilidad de nuestro país y lo consideren como un terreno de cooperación y no de competencia y conflicto”.
Se cree que tiene entre 40 y 50 años, y su paradero también se desconoce.
El mulá Yaqoub, el heredero
Hijo del mulá Omar, Yaqoub es el jefe de la poderosa comisión militar de los talibanes, que decide las orientaciones estratégicas en la guerra contra el Ejecutivo afgano. Su ascendencia y sus vínculos con su padre, a quien adora como jefe de los talibanes, lo convirtieron en una figura unificadora dentro de un amplio y diverso movimiento.
Las especulaciones sobre su papel exacto en la insurgencia son persistentes. Algunos analistas creen que su nombramiento al frente de esta comisión en 2020 fue sólo simbólico.
Se le considera el próximo líder supremo de los talibanes, incluso durante las luchas internas previas a 2016. Medios de comunicación locales han informado que se encontraría en Afganistán.
Yaqoob consideraba que era demasiado joven y que carecía de experiencia en el campo de batalla por lo que sugirió la candidatura de Akhundzada en 2016, según un comandante talibán presente en la reunión en la que se eligió al sucesor de Mansour. Se dice que tiene poco más de 30 años.
La Rahbari Shura es el máximo consejo de liderazgo, que tiene la última palabra en cualquier asunto político dentro del régimen talibán. Por ese motivo, Haibatullah Akhundzada tiene que contar con el consenso de la Shura antes de tomar cualquier decisión importante. Este modelo se aleja del régimen autocrático del mulá Omar, quien tomaba todas las decisiones clave.
Conocida también como la Shura de Quetta, por la ciudad pakistaní en la que supuestamente se refugió el mulá Omar tras la invasión estadounidense, la Shura de Rahbhari es responsable en gran medida de las decisiones políticas y militares más importantes que toman los talibanes. Según el Consejo de Relaciones Exteriores, la Shura supervisa varias comisiones, como las de economía, educación, sanidad y divulgación, además de nombrar a los gobernadores en la sombra y a los comandantes del campo de batalla.
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