En abril, Nueva York fue el epicentro de la pandemia de COVID-19 en los Estados Unidos; hasta el momento, con un cuarto de millón de infectados totales y casi 24.000 muertos, sigue siendo una de las metrópolis más golpeadas por el coronavirus en el mundo. Por eso la idea de reabrir las escuelas encontró mucha resistencia —un 54% de los estudiantes, en septiembre, estaba inscripto en sistemas de enseñanza remota— y sobre todo generó mucho temor. Sin embargo, a tres semanas del comienzo de las clases presenciales las estadísticas muestran que acaso la ciudad pueda ser un ejemplo para muchas otras.
Lejos de convertirse en un sistema de súper transmisión del SARS-CoV-2, el sistema educativo de Nueva York ha revelado una cantidad sorprendentemente baja de casos positivos. De un total de 16.298 exámenes realizados al azar a personal escolar y a estudiantes, hubo sólo 28 positivos, y de ellos sólo 8 fueron niños, informó The New York Times.
Incluso en los barrios que han vuelto a presentar brotes, como Brooklyn y Queens, las escuelas se mantienen como islas: de más de 3.300 pruebas de coronavirus realizadas en unidades móviles ubicadas en escuelas cerca de ellos, sólo se encontraron cuatro casos. No obstante, ante la probabilidad de una segunda ola y la coincidencia de la temporada de gripe, esas jurisdicciones solicitaron el cierre de más de 120 escuelas como precaución.
“El extenso sistema de escuelas públicas —el más grande del país—, es un inesperado punto destacable”, destacó el Times. “Si los estudiantes pueden seguir asistiendo a sus clases y los padres tienen más confianza en que pueden volver al trabajo se podría dar impulso a la recuperación de la ciudad”. Muy golpeada en lo económico, Nueva York comenzó a recuperarse en el verano, mientras los brotes se reavivaban en lugares como Miami o Los Angeles, pero el reciente aumento de contagios interfirió en esa tendencia. Pero las escuelas, donde asisten 1,1 millones de estudiantes, parecen mostrar una esperanza, al interior, y proyectarse como “un modelo influyente para todo el país”.
Muchos dudaron del experimento que comenzó en septiembre, cuando Nueva York se convirtió en la primera gran ciudad que reabrió las escuelas a la enseñanza presencial. A pesar de las contras que tiene para la calidad educativa, la socialización de los niños y la disponibilidad de tiempo de los padres, la enseñanza remota era el modelo preferido hace pocas semanas atrás. Pero ahora “los datos son alentadores”, dijo al periódico Paula White, directora ejecutiva del grupo de maestros Educators for Excellence. “Refuerzan lo que habíamos escuchado, que las escuelas no son súper transmisores».
Si bien hay experiencias similares en Europa —Dinamarca se destaca entre ellas—, las autoridades de salud pública neoyorquinas pidieron un poco de moderación en el entusiasmo por la seguridad que muestran las escuelas, ya que la evaluación es temprana: falta todavía buena parte del otoño y acaso también el invierno antes de que haya una vacuna, por ejemplo. Mucho del éxito de las medidas de prevención dentro de las escuelas dependerá del éxito de las medidas de prevención a la hora de limitar el nivel de transmisión del SARS-CoV-2 en la población en general.
Los resultados que analizó el Times provienen de un nuevo régimen de pruebas de COVID-19 en las escuelas, que comenzó el 9 de octubre y tiene como objetivo lograr que entre el 10% y el 20% del personal educativo y los estudiantes, según el tamaño del establecimiento, se realice un test una vez por mes. Por ahora el programa se aplica en las 1.600 escuelas tradicionales de la ciudad a cargo del alcalde Bill de Blasio; las 260 escuelas especiales no están incluidas.
Algunos expertos consideran que la frecuencia no está lo suficientemente ajustada como para descubrir un brote en sus inicios y han cuestionado la eficacia del enfoque. “Es muy bueno que la ciudad de Nueva York esté realizando cierto nivel de análisis al azar, pero no es el nivel que resultaría ideal”, advirtió Ashish Jha, decano de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Brown.
Jha mencionó un estudio que recomienda hacer la prueba dos veces por mes y a la mitad de los estudiantes; el periódico citó a Michael Mulgrew, titular del sindicato de maestros, quien dijo que la ciudad podría incrementar el testeo hasta tres veces por mes, una frecuencia “mucho más valiosa» para detectar un punto de contagio en sus orígenes.
Más allá de la frecuencia de los análisis, existe un protocolo de acción que se pone en marcha cuando se detecta un positivo de coronavirus en el ámbito escolar. “Según las reglas, un caso puede causar el cierre de un aula; dos o más casos en partes separadas del mismo establecimiento pueden causar un cierre temporario de la escuela entera”, resumió el artículo de Dana Rubinstein y J. David Goodman. Esto último ha sucedido ya en al menos 25 escuelas desde que se reanudaron las clases. Los cierres duran el tiempo necesario para reestablecer la seguridad: por ejemplo, de esas 25 sólo tres estaban cerradas al viernes 16 de octubre.
“Es un malabarismo tremendamente difícil”, comparó Jay Varma, principal consejero sanitario de De Blasio. “Realmente elegimos el enfoque más conservador posible”. La ciudad también contó con el apoyo del gobernador Andrew Cuomo, quien ordenó un aumento de las pruebas de COVID-19 en las zonas donde ha estado empeorando la situación del contagio: en esas escuelas, en lugar de una vez por mes, los exámenes se harán una vez por semana. Para lograrlo el estado enviará a la ciudad 200.000 test rápidos de antígenos.
Un factor clave en este operativo son los padres y las madres de los estudiantes: el programa entero depende de que den consentimiento a que sus hijos sean examinados. Hasta el momento, sólo 72.000 familias firmaron los formularios de autorización, sobre un total de aproximadamente 500.000 niños que asisten a las clases presenciales al menos una vez por semana. “Si los funcionarios consideran que una escuela determinada no tiene suficientes estudiantes con permiso para que se les tome una muestra, sería posible que aquellos niños seleccionados al azar cuyos padres se nieguen a dar consentimiento se vean obligados a estudiar a distancia”.
Eso sería, además de una medida de seguridad, una forma de presionar para que las muestras sean realmente representativas: de lo contrario, habría demasiados maestros y personal escolar en relación a la cantidad de niños, que son la mayoría de la población en cualquier establecimiento educativo. “Si ese 20% va a ser realmente al azar, tendría que haber más estudiantes”, subrayó Mark Cannizzaro, presidente del sindicato de directores y supervisores.
A Varma no le preocupa que las primeras cosechas de muestras para las pruebas de COVID-19 en las escuelas tengan una representación excesiva de adultos: “Una de las lecciones que aprendimos de los estudios en el Reino Unido, Alemania y Australia es que los adultos presentan un riesgo potencialmente mayor de introducir en la escuela la infección”, explicó al Times. En el mundo entero los científicos están de acuerdo en que los niños pequeños no son transmisores tan importantes como los adolescentes y los adultos.
Algunos padres encontraron un poco confusa la secuencia de pruebas de SARS-CoV-2 y cierre de escuelas. Por ejemplo, cuando se encuentran con las puertas cerradas y, al mismo tiempo, el mensaje de que el brote está contenido; o como cuando llegan a la mañana a dejar a sus hijos y, como no tienen acceso a internet o no miraron su correo electrónico, ignoraban que no habría clases hasta nuevo aviso. Lo cual, para sumar equívocos, suele suceder rápidamente, ya que luego de un resultado positivo el rastreo de contactos se hace a toda velocidad.
Para otros padres, en cambio, el vértigo mismo del proceso es una señal de reafirmación. La madre de un niño que va a una escuela pública del Bronx entre dos y tres días a la semana, Joanna Smulakowski, contó a Rubinstein y Goodman que estaba muy impresionada, y favorablemente, con las precauciones: un día vio cómo los funcionarios escolares enviaban a la casa a dos niños que tenían un poco de fiebre, “antes siquiera de que ingresaran al edificio”. Agregó: “Me siento segura, y mis amigos que envían a sus hijos a la escuela, también”.
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