Los incendios ocurridos en la Amazonía brasileña en los últimos quince años aumentarían en un 21% la cantidad de gases de efecto invernadero generados por la deforestación, según un estudio del Instituto de Pesquisa Ambiental de la Amazonía (IPAM), divulgado este viernes en la cumbre de la COP26.
El problema, señala la organización brasileña, es que las emisiones causadas por los incendios no son contabilizadas en el gigante sudamericano.
De acuerdo con los investigadores, los protocolos que existen en la actualidad consideran que la selva de la Amazonía es tan saludable como lo era 500 años atrás.
Esto porque los estudios sólo tienen en cuenta las emisiones inmediatas provocadas por el fuego, pero no los gases emitidos posteriormente.
“La realidad es que las selvas quemadas ahora emiten más carbono que lo que absorben de gases de efecto invernadero, principalmente debido al fuego y al cambio climático”, señala Ane Alencar, directora de Ciencia del IPAM y una de las autoras del estudio.
De acuerdo con el estudio, entre 1990 y 2020 los incendios en la que es considerada la más extensa selva tropical del planeta generaron 1.298 millones de toneladas de dióxido de carbono (CO2) -contando tanto la combustión como la descomposición-, el equivalente a lo que emite anualmente Japón.
El fuego es el principal factor de degradación forestal en la Amazonía brasileña. Los incendios consumen material orgánico depositado en el suelo, como hojas muertas, ramas y troncos, y comprometen los árboles, e incluso aquellos que permanecen en pie entran en un proceso gradual de declive y eventual muerte. Esto porque cuando el fuego penetra en la selva avanza lentamente y mantiene bajas las temperaturas, destruyendo su suelo.
Por lo tanto, las áreas de selva degradada contienen un 25% menos de carbono que aquellas preservadas y pueden ser una fuente de gases de efecto invernadero en los próximos diez años.
Expertos señalan que la metodología que se lleva a cabo actualmente en Brasil no considera las emisiones de incendios no asociadas a la deforestación, porque no es obligatoria, lo que impacta la forma en que se deben presentar los inventarios nacionales a la Organización de las Naciones Unidas (ONU).
Desde 1985, al menos 215.000 kilómetros cuadrados de vegetación nativa en la Amazonía brasileña se han quemado al menos una vez. Más de la mitad de esta área ha sido devastada por el fuego varias veces.
“Estamos matando la Amazonía. Y las proyecciones climáticas no están teniendo en cuenta eso. Por muy negativas que sean las previsiones, de hecho son optimistas”, afirma la química brasileña Luciana Gatti.
“La Amazonía se convirtió en una fuente de carbono mucho antes de lo que esperábamos. Eso significa que también alcanzaremos ese escenario horrible mucho antes” de lo previsto, añade.
Considerada “el pulmón del planeta”, el “océano verde” con el que la humanidad espera absorber la contaminación para salvarse del colapso medioambiental, ahora emite más carbono del que retiene.
Gatti, que trabaja en el Instituto de Investigaciones Espaciales de Brasil, ha pasado los últimos años analizando cuánto carbono emite la Amazonía y cuánto absorbe, atenta a las señales del escenario más temido: que la destrucción del territorio lo empuje hacia un punto de no retorno y transforme gran parte de la selva en sabana.
Los científicos aseguran que pasar ese umbral sería catastrófico: en lugar de ayudar a combatir el cambio climático, la Amazonía pasaría a acelerarlo, porque la extinción en masa de sus árboles implicaría el retorno a la atmósfera del equivalente a 10 años de emisiones de carbono.
Con información de EFE y AFP