Aterricé hace dos meses en Bolivia y lo primero que me llamó la atención fueron las mascarillas sanitarias con el color y el nombre del partido de la actual presidenta/candidata Jeanine Áñez.
Y no pude evitar compararlo con octubre del año pasado, cuando llegué a cubrir las últimas elecciones y el rostro del entonces presidente/candidato Evo Morales estaba hasta en la comida que me dieron en el avión.
En aquellas elecciones Morales buscaba asegurarse su cuarto mandato y terminaron por costarle el cargo luego de que fueran anuladas entre denuncias de irregularidades y una fuerte crisis social.
Esta vez, como si fuese una secuela aún más catastrófica, llegué para presenciar cómo una pandemia se convertía en un escollo infranqueable para el nuevo intento de los bolivianos por elegir a su próximo presidente, que estaba previsto que fuera este domingo 3 de mayo.
Y ya llevamos más de medio año intentándolo sin que se vea una salida al atolladero.
Este domingo debían haberse realizado las presidenciales para terminar con la interinidad de Áñez y elegir al definitivo sucesor de Morales tras sus casi 14 años de mandato.
Pero celebrar unos comicios presidenciales es algo que parece cada vez más lejos con el país en cuarentena por la pandemia de covid-19.
Así es que ahora Bolivia vive en una especie de campaña virtual permanente en la que cada candidato improvisa como puede para seguir a flote.
La marca de la pandemia
Cuando converso por teléfono con Fernando Mayorga, analista y profesor que sigue de cerca los devaneos políticos bolivianos, me dice antes que nada que la covid-19 modificó todo.
«La incertidumbre, esa es la marca del coronavirus», señala Mayorga, a tiempo de explicar que la crisis sanitaria se extendió a múltiples dimensiones y entre ellas se encuentra el escenario electoral.
El investigador apunta que del resultado de la gestión de la pandemia dependerá qué candidatos pueden salir fortalecidos de cara a las elecciones. Y la más afectada será la presidenta Áñez.
Y es que la presidenta interina también es candidata pese a que había prometido en noviembre, cuando llegó al poder tras una carambola de renuncias en el partido de Morales, que su única misión era convocar a elecciones presidenciales.
«Nadie sabe el desenlace de la crisis sanitaria, el nivel de contagio y la cantidad de muertos que puedan producirse en comparación con otros países. Eso va a pesar», afirma Mayorga.
Suena difícil de creer que, hace seis semanas, las noticias y el debate en el país estaban marcados por las encuestas y las acciones proselitistas de los principales candidatos a la presidencia.
En aquel momento, los primeros lugares eran ocupados por el candidato del partido de Morales, el exministro de Economía Luis Arce Catacora; el expresidente Carlos Mesa y Áñez.
Luis Fernando Camacho, un empresario que ganó notoriedad durante las protestas que precipitaron la caída de Evo, se encontraba en el cuarto puesto.
Con Morales fuera del país, fueron siete los postulantes que se presentaron para ocupar el cargo al que el cocalero renunció.
Esa «dispersión» de candidaturas parecía de nuevo las puertas al partido de Morales, cuyo candidato, Arce, es considerado uno de los artífices del «milagro económico» de la última década.
El coronavirus llegó solo unos días después.
Una campaña de acrobacias
En Bolivia, desde el 25 de marzo y al menos hasta el 10 de mayo, solo podemos salir a la calle un día a la semana para comprar alimentos, medicinas o ir al banco.
Se prohibieron las reuniones y cualquier evento público, lo que tiró para abajo la forma tradicional de hacer campaña.
Desprovistos de su espacio natural, en mayor o menor medida, a los candidatos no les quedó más opción que ejercitar todo tipo de acrobacias para no salir del radar de una población consternada y atenta a una enfermedad desconocida que no deja de avanzar.
Si en el pasado era usual la repartición de condones con el rostro de un aspirante, esta vez las mascarillas con la imagen de un partido fue un globo de ensayo que estalló a las pocas semanas por las críticas de oportunismo.
Otro candidato puso a disposición motocicletas y conductores para llevar y traer a los vecinos del mercado en medio de los confinamientos. De inmediato le recordaron que esa iniciativa rompía con los lineamientos de distanciamiento social.
Mientras tanto, en redes sociales se multiplicaron las apariciones en vivo, y por Whatsapp llegan videos casi diarios de los candidatos opinando sobre lo que debería hacer el gobierno en la pandemia.
Gonzalo Mendieta, abogado y activo partícipe en el debate político a través de sus columnas de opinión, sostiene que, pese a todos los esfuerzos que realizan, la pandemia les dejó muy poco margen de movimiento a los candidatos.
«Ninguno ha logrado distinguirse en su discurso porque no hay muchas alternativas para ofrecer en estas circunstancias», explica el analista.
Mendieta señala que todos los discursos, que en su momento sonaban muy enfrentados, tuvieron que moverse por el contexto de la crisis y ahí perdieron buena parte de su capacidad de diferenciarse uno del otro.
«La pandemia los obligó a que salgan de la disputa puramente política para colocarlos en un escenario en el que debían hablar de otras cosas. Eso no es sencillo, porque ellos, como nosotros, no tenían idea de cómo enfrentar esto que sucede», añade.
Ante todo tus colores
Como en el resto del mundo, los confinamientos ordenados en Bolivia multiplicaron el tiempo que pasamos frente a nuestros monitores y teléfonos móviles.
Pasamos, en menos de seis semanas, de mirar las encuestas de preferencia electoral a revisar día tras día el boletín epidemiológico que nos constata que el virus no ha dejado de avanzar.
En redes sociales se organizaron iniciativas fantásticas como recrear la pictórica nacional a través de fotos o la elección de la cumbia boliviana más emblemática de todos los tiempos.
Sin embargo, esas vienen a ser notables excepciones frente a la avalancha de publicaciones que apoyan y condenan lo que se hace en el país frente a la pandemia, la mayoría de ellas con mucho más interés político que honestidad.
No quisiera que se me interprete mal porque el debate y la crítica siempre me parecieron fundamentales, pero imposible no pensar que mucho de lo que se dice pasa primero por el filtro de la opción partidaria.
Está el caso de una exministra que publicó fotos falsas de la crisis sanitaria y cuando la dejaron en evidencia ni siquiera pidió disculpas y siguió desinformando.
Desde el bando del gobierno transitorio los esfuerzos virtuales tratan de imponer la idea de que Bolivia llegó coja a la crisis sanitaria porque, en su largo mandato, Morales prefirió construir canchas en lugar de hospitales.
Se llegó al punto señalar que las cifras de contagios confirmados de covid-19, que son bajas en comparación a otros países de la región, son parte de una maligna operación política gubernamental y se habla poco de que Bolivia es uno de los países que menos pruebas de coronavirus realiza en la región.
Una de las más recientes controversias fue que el gobierno de Áñez dispuso usar helicópteros para «bendecir» ciudades durante la última Semana Santa e incluso convocó a una jornada de «ayuno y oración».
«Somos un Estado laico», gritaron unos. «Evo viajaba de su casa a Palacio en helicóptero», respondieron otros.
Evo como la paradoja
Consulto a Fernando Mayorga y a Gonzalo Mendieta por Evo Morales y ambos, a su manera, consideran que el expresidente está en una posición incómoda.
El hombre acostumbrado a ser aclamado por miles de partidarios casi a diario ahora es uno más de los que debe mantenerse en aislamiento.
Ahora con el coronavirus y la salida del país descarga sus cartuchos contra el gobierno transitorio, al que acusa siempre de golpista.
Twitter se convirtió en su principal foro pero ya no produce titulares como en los anteriores meses y años.
Mendieta, por ejemplo, anota que Morales y su partido quieren mantener la campaña electoral en un plano meramente político y evitar que los efectos de la pandemia los afecten. Y es por ello su pedido de realizar elecciones lo antes posible.
Por su parte, Mayorga señala que el expresidente vivió casi dos décadas ejerciendo un liderazgo casi indiscutible, en los sindicatos cocaleros y en el gobierno después, y todavía se comporta en esos términos pese a haber sido desplazado en noviembre del año pasado.
Hace mucho tiempo que el país está fracturado, eso no es novedad.
Lo curioso es que, incluso en una crisis como la actual, no sean pocos los que insistan en seguir con la disputa partidaria en medio de una pandemia.
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