Pistas de esquí abarrotadas, largas colas para subir al teleférico, aparcamientos ilegales… Las imágenes ocuparon las portadas de los diarios austríacos y también internacionales a finales de diciembre, cuando entró en vigor el tercer confinamiento nacional contra la covid-19.
EFE
Tres semanas más tarde la situación apenas ha cambiado: las restricciones impuestas por el Gobierno para frenar los contagios impiden a los jóvenes ir al colegio o a jugar al fútbol, pero no a esquiar.
La decisión de reabrir las pistas durante el confinamiento genera controversia, especialmente después de que se detectara esta semana la variante británica del coronavirus en 17 monitores de esquí que habían viajado al Tirol austríaco desde el Reino Unido para realizar un curso de formación.
«Jochberg no decide si los teleféricos se abren», se defiende en declaraciones a Efe Günter Resch, alcalde de Jochberg, el pueblo alpino donde se alojaron los británicos.
Esa decisión, asegura el edil, corresponde al Gobierno austríaco, dominado por el partido popular ÖVP, con estrechos lazos con la industria turística de invierno, tanto de teleféricos como de hoteles, que mueve solo con el esquí unos 15.000 millones de euros por temporada.
En la primera ola de la pandemia, Austria había causado indignación internacional después de que la estación de Ischgl (Tirol), conocida como el «Ibiza de los Alpes» por su vida nocturna, extendiera unos días más su temporada en marzo pese a estar ya informada sobre un creciente número de infecciones, causando miles de contagios y decenas de muertes entre turistas de medio centenar de países.
CRÍTICAS E INCOMPRENSIÓN
Por eso, Sepp Schellhorn, un diputado del opositor partido liberal Neos, habla de un «fatal efecto simbólico» al abrir las pistas de esquí en medio de la segunda ola.
«Esa decisión se debe a las presiones de grupos de interés relacionados con el ÖVP. La decisión no se justifica de forma racional», asegura en declaraciones a Efe.
«El objetivo del confinamiento era reducir la movilidad de la gente. Eso no se ha logrado, lo que no me sorprende. Lo que vimos son más colas ante los teleféricos», destaca este propietario de un hotel en Salzburgo, al oeste de Austria.
Para el estupor de muchos, un grupo de periodistas de la televisión pública austríaca ORF consiguió reservar esta semana habitaciones para un (fingido) viaje de esquí en 7 de los 8 hoteles de Tirol donde lo intentaron, a pesar de que los alojamientos están oficialmente limitados a viajes de negocios.
«Mientras, empresas culturales con innovadores conceptos (de seguridad sanitaria) fueron castigadas. Este trato desigual es increíble. Abrir pistas de esquí y cerrar escuelas es absurdo. Abrir estaciones de esquí y cerrar el comercio es absurdo», critica el diputado liberal.
PRIORIDADES Y CONTRADICCIONES
En la parte este del país, Markus Redl, director ejecutivo de la empresa «Niederösterreichische Bergbahnen», encargada de gestionar y mantener la infraestructura de esquí alpino en el estado de Baja Austria tener las pistas abiertas podría verse como una contradicción.
Pero no porque ir a esquiar sea peligroso: «Si reabrir no fuera seguro, no lo haríamos», asegura a Efe.
El Gobierno «probablemente buscó actividades que fueran relativamente seguras» y que pudieran darle un respiro a la gente tras semanas encerrada en casa, agrega. «(Pero) si haces un análisis de los costes y beneficios siempre se podrá argumentar que hay otras áreas que deberían haber sido priorizadas», admite Redl.
En las estaciones que él supervisa, explica, se aplicaron medidas como la reducción de aforos o el registro electrónico por turnos, para evitar que se generen multitudes en las pistas, aunque eso tampoco evita largas colas y multitudes, además de zonas de aparcamiento ilegales.
MUCHA DEMANDA
Para defender la reapertura de las áreas de esquí, Austria recurre a argumentos que recuerdan a los que utilizó la hostelería en España para exigir que se les permitiera retomar su actividad el verano pasado, tras la primera ola de la pandemia. «Hay muchísima demanda, muchos visitantes que quieren pasar un tiempo al aire libre, con su familia», cuenta Redl.
Austria es probablemente el país con mayor afición popular por el esquí alpino en Europa. «No puedo esperar de salir a las montañas. Hemos estado encerrados tantas semanas y esquiar no es peligroso», asegura Anton, un empresario vienés de 45 años de edad.
«Ya he hecho una reserva en Salzburgo para las vacaciones escolares de febrero. Ojalá que no cambien el fin del confinamiento (25 de enero)», cuenta a Efe este padre de cuatro hijos, que estudian desde casa de forma telemática desde noviembre.
Ante los elevados números de contagio, que no bajan de 1.500 casos diarios pese al confinamiento, el Gobierno austríaco estudia la posibilidad de extender las restricciones hasta febrero.
UN SERVICIO PARA LOS AUSTRÍACOS
Para desincentivar durante el actual confinamiento los viajes de esquí de un solo día desde países vecinos, el Gobierno austríaco obliga a todos los que entren al país hacer una cuarentena de 10 días, lo que ha disminuido mucho el número de esquiadores en las pistas.
Esto supone también que los ingresos de los operadores se hayan visto muy reducidos, ya que al tener permitido abrir no acceden a las ayudas públicas para los negocios afectados por la pandemia.
Redl reconoce que reabrir no es rentable económicamente, y aún menos para las estaciones que dependen en gran medida del turismo internacional, como en Tirol o Salzburgo.
«Nosotros lo vemos como un servicio para los austríacos», concluye.
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