Hospitales chinos se ven desbordados estos días con pacientes y víctimas de COVID que esperan hasta en el piso a ser atendidos, un colapso que también llega a los crematorios, a tres años de los primeros casos detectados en el gigante asiático, que no aprovechó ese período para mejorar su capacidad sanitaria, mientras estudios estiman que un millón de personas pueden morir en los próximos meses.
Los videos desde múltiples ciudades muestran las mismas escenas de caos y desesperación. En el Hospital General de la Universidad Médica de Tianjin se ve la angustia de los enfermos en un centro que carece de personal suficiente y de insumos para poder atenderlos, según se ve en imágenes verificadas por el New York Times.
El contexto es serio para el régimen, ante la creciente exasperación por parte de la población y el fuerte impacto que la política de COVID cero estaba teniendo en la economía del gigante asiático. El levantamiento de las restricciones generó la ola de contagios que pone contra las cuerdas al sistema sanitario.
Los propios médicos caen enfermos y los hospitales quedan sin personal, por lo que algunos centros ya no pide a su personal que se sometan a pruebas: es demasiado grande el riesgo a que den positivo. Las bajas por casos sintomáticos han hecho que el resto quede con una carga laboral multiplicada por cinco. Y hay casos más extremos, como el de un neurocirujano de Wuhan que tuvo que realizar recientemente dos operaciones en un día mientras luchaba contra los síntomas del COVID.
“El hospital estaba operando al borde del abismo. Entre el 80% y el 90% de las personas que me rodean se han infectado”, dijo al Times la doctora Judy Pu, cuya sala suele tener entre 10 y 15 enfermeras y ahora sólo contaba con un par.
Otros hospitales pidieron a los médicos jubilados que vuelvan a sus puestos de trabajo. Pero más delicada es la situación entre los más jóvenes. Los médicos residentes, en sus últimos años de estudios, comenzaron a protestar por el deterioro de las condiciones de trabajo, en especial tras la muerte el 14 de diciembre de un joven de 23 años que trabajaba en el Hospital de China Occidental de la Universidad de Sichuan, en la ciudad suroccidental de Chengdu. Las autoridades dijeron que fue por un infarto, pero sus compañeros refutaron la versión y aseguraron que se desplomó por exceso de trabajo mientras estaba infectado por COVID.
Por su parte, las respuestas del gobierno no van de la mano de la velocidad con la que crecen los casos y, en algunos casos, con los cambios en las políticas oficiales.
El régimen impulsó la instalación de “clínicas de fiebre” en todo el país, alas separadas dentro de los hospitales para tratar a pacientes sintomáticos, tengan o no COVID. Pero para cuando abrieron, ya se había desmantelado la campaña de testeo masivo que facilitaba el aislamiento de los positivos.
Su construcción es rápida, pero muchos sufren escases de ventiladores, oxígeno y camas. “Si ni siquiera pueden darle oxígeno, ¿cómo van a rescatarlo? Si no quieren retrasos, den la vuelta y trasládenlo rápido!”, reclamó un trabajador médico de un hospital de Zhuozhou, ciudad del norte de Hebei, en un video grabado por AP.
Las autoridades nacionales han indicado que el país está preparado para atravesar la tormenta, aunque las escenas muestran lo contrario, y urgieron a la población a responsabilizarse de su propia salud. “Necesitamos que la población se proteja adecuadamente y continúe cooperando con la implementación de las medidas relevantes de prevención y control”, dijo a la agencia estatal Xinhua Liang Wannian, epidemiólogo y responsable del grupo de expertos de la Comisión de Salud encargado de gestionar el covid.
En la provincia de Zhejiang (este), el número de positivos es de aproximadamente un millón cada día, declararon las autoridades locales. La semana pasada, los departamentos de atención a pacientes con fiebre de las clínicas locales llegaron a atender a 408.000 personas en un solo día, explicó el Gobierno de la provincia, que cuenta con una población de unos 64 millones de habitantes.
Hasta la fecha, las pruebas PCR casi obligatorias permitían seguir con fiabilidad la tendencia epidemiológica. Pero las personas ahora se hacen auto-tests en casa y raramente informan de los resultados a las autoridades, lo que impide tener datos fiables.
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