A raíz del derrocamiento del dictador de Venezuela de esos años, el 23 de enero de 1958 los jóvenes de esa época sentimos interés inusitado por la política. Los dirigentes políticos comenzaron a regresar del exilio y eran vistos por nosotros como hoy son admirados los rockeros, raperos y salseros, los tiempos han cambiado y las preferencias de la gente joven también.
Por: Humberto Calderón Berti | La Gran Aldea
En esos meses yo estudiaba en el Liceo Andrés Bello de Caracas situado en la Av. México, frente al Liceo estaba el Radio Continente, y allí al final de las tardes algunos de nosotros solíamos ir a escuchar a líderes políticos y formadores de opinión. La puesta en escena era muy especial, unas sillas alineadas donde se sentaba el público y del otro lado los protagonistas de los programas, ambos segmentos separados por un vidrio, allí conocí a Luis Herrera Campíns quien junto a Rodolfo José Cárdenas y Hugo Briceño Salas, dos dirigentes del partido socialcristiano COPEI, quienes tenían allí un programa de opinión.
Jamás pensé que uno de ellos, Luis Herrera Campíns, llegaría a ser además de mi amigo y compadre, mi mentor político y quien sería determinante en mi formación como hombre público. Posteriormente, cuando llegó al Congreso Nacional como diputado, solía visitarlo y charlar con él en las modestas oficinas del Congreso, allí mis compañeros y yo solíamos escuchar con atención sus reflexiones y consejos, ellos estaban siempre orientados a la formación y pensamiento social cristiano, siempre salíamos de su oficina con un obsequio, un libro, un folleto o una nota para contribuir con nuestra formación.
Siempre recuerdo su empeño en que nos formáramos en estudiar con ahínco para poder servir al país con calificaciones profesionales cuando llegara el momento. Nos llevaba de la mano en cuáles debían ser nuestras lecturas fundamentales, fue así como nos acercamos a los grandes pensadores cristianos y además a las Encíclicas Sociales de la Iglesia. Debo admitir, que muchas de las cosas que leíamos, por lo menos en mi caso, no las entendíamos, pero esas enseñanzas se nos fueron como diríamos ahora, al disco duro, que es nuestro cerebro, que han ido saliendo en el tiempo y que son los que guían y norman nuestros comportamientos y actitudes como hombres públicos: Servir y no servirse, actuar con rectitud, con apego a valores y principios, con un claro concepto de la ética y la moral.
Esas fueron las enseñanzas que siempre recibimos de Luis Herrera Campins. Para él la honestidad no fue un recurso oratorio para las plazas públicas, sino un constante fin de vida, como hombre público, no sólo como parlamentario sino como Presidente de la República.
Tuve la fortuna de que, siendo diputado, jefe de la Fracción Parlamentaria de COPEI, fue el editor de un modesto folleto de mi autoría titulado “Petróleo y Desarrollo Económico”, tendría yo apenas 22 años; posteriormente, al graduarme de geólogo, me publicó otro ensayo sobre el “Abandono de los Campamentos Petroleros”, que recogía mis inquietudes sobre la postración en la cual caían los campamentos petroleros, una vez que cesaban las actividades extractivas.
Viviendo yo en el campo de Punta de Mata, en el estado Monagas, solía visitarme y pasábamos horas hablando de temas de nuestro país; fue en una de esas visitas cuando me estimuló para irme a estudiar a los Estados Unidos para hacer un postgrado, atendí su consejo y me marché por unos años a Tulsa, en Oklahoma.
Allí me fue a visitar en 1966 durante varios días junto a Hugo Briceño Salas; como todo estudiante, mis recursos económicos eran muy limitados y vivía, con grandes estrecheces económicas, junto a mi esposa Egna y mi hijo mayor de apenas meses de nacido. Fui a una casa de préstamos y conseguí 100 dólares prestados para comprar comida y brindarle la atención que se merecía.
Recuerdo que un día me dijo que lo llevara a una tienda de un barrio popular, quería comprarles ropa a sus hijos, y lo quería hacer en un sitio donde se consiguieran los artículos más baratos. Muchos se preguntarán por qué cuento estas nimiedades, la razón es simple, reflejaba la profunda humildad y autenticidad de un ser humano extraordinario que fue Luis Herrera Campíns.
Cuando regresé del exterior me visitaba con regularidad en Puerto La Cruz, estado Anzoátegui, siendo yo director de la Escuela de Ingeniería y Petróleo de la Universidad de Oriente; en muchas ocasiones solíamos andar solos, yo manejando ya en la edad, siempre hablando del país y de su proyecto político de ser Presidente de Venezuela. Su esfuerzo, tesón y perseverancia lo llevaron a la Presidencia de la República, tuvo la generosidad de designarme como su ministro de Energía y Minas, tuve la fortuna de servirle a mi país en esta alta responsabilidad siendo muy joven. Siempre conté con su confianza, durante esos largos años fui testigo de su pulcritud y honestidad como hombre público.
A los políticos les llega la hora de la verdad cuando están en funciones públicas, mientras se está hablando se están haciendo discursos y se habla de honestidad, “se vende humo”. Cuando se está en el gobierno y se sale de él con las manos limpias, lo que se puede exhibir es la realidad.
Luis Herrera Campíns fue un hombre honesto como parlamentario y como Presidente, demostró con los hechos lo importante que es en la vida dar testimonio con el ejemplo de lo que se pregona.
Con información de La Gran Aldea
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