El descalabro de la infraestructura energética de Texas por la ola de frío ártico ha vuelto a poner de relieve el faccionalismo que aqueja a los estadounidenses.
Argemino Barro l El Confidencial
Estados Unidos ha tenido siempre una imagen de país resoluto y enérgico. La inabarcable diversidad de población y geografía, la juventud de sus instituciones y la todavía palpitante cultura de frontera engendraría un tipo de sociedad autosuficiente, dispuesta a arremangarse para resolver todo tipo de emergencias. Como los voluntarios que combaten el fuego en California o las rápidas operaciones de evacuación que demandan cada año los huracanes, las autoridades y la gente parecen unirse, en momentos de peligro, para buscar el bien común.
O al menos esa era la impresión que se tenía hace unos años. El descalabro de la infraestructura energética de Texas por la ola de frío ártico ha vuelto a poner de relieve el faccionalismo que aqueja a los estadounidenses, con un inmediato cruce de recriminaciones y excusas y una espiral de ruido que todavía ensordece los oídos de los tejanos. Una población que ha visto cómo los fundamentos materiales de su existencia se han evaporado de la noche a la mañana.
“Hemos visto, en los supermercados, las estanterías de la carne totalmente vacías, no tenían agua y cerraban a las seis porque ya no había nada que ofrecer”, dice por teléfono Alejandro Ibáñez, entrenador internacional de debate, miembro del Baker Institute y residente en Houston. “En casa hemos estado usando el coche para calentarnos. El domingo por la noche nos quedamos sin luz, el lunes estábamos a tres grados centígrados en el dormitorio y teníamos los pies semidormidos. Así que nos íbamos al coche y dejábamos la puerta del garaje entreabierta para no intoxicarnos. Ha habido mucha gente ingresada por intoxicación estos días”.
Su caso no era de los peores. Las tuberías de la casa de unos amigos suyos reventaron y la dejaron inhabitable. Tuvieron que marcharse a un hotel. Por no hablar de las personas mayores o más desfavorecidas que se quedaron a merced de las temperaturas gélidas y de la falta de agua corriente. El viernes todavía había unos 12 millones de tejanos sin acceso a agua potable.
Pero la gravedad de la situación, que ha dejado 30 muertos, no parece haber despertado esos instintos de servicio público. Mientras cientos de miles de vecinos se congelaban en sus casas, las luces del centro de Houston, como informa la prensa local, permanecieron encendidas el domingo y el lunes. El alcalde demócrata, Sylvester Turner, arremetió contra el gobernador, el republicano Greg Abbott. Y Abbott, a su vez, encontró una forma de echarle la culpa a los demócratas socialistas.
Abbott pareció condenar a la energía eólica por lo ocurrido y apostilló que eso “demostraba cómo el Green New Deal [el plan ecológico estrella de la izquierda del Partido Demócrata, presentado en 2019] sería mortal para los Estados Unidos de América”. La respuesta de la oposición, los medios y los expertos fue estruendosa, y Abbott fue obligado a aclarar que el fallo se había dado en todas las fuentes de energía. De los 45.000 megawattios que se cayeron, según responsables consultados por USA Today, apenas una tercera parte provenía de las energías limpias.
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