En su libro Hugo Chávez o espectro, el periodista brasileño de la revista Veja, Leonardo Coutinho, vincula a los gobiernos de Bolivia, Venezuela y Cuba con el tráfico mundial de cocaína. Según esa versión fue en los años de poder del expresidente Hugo Chávez cuando esa red se reestructuró usando como base fundamental de operaciones a Venezuela con el amparo de su gobierno.
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Decimos se reestructuró puesto que ya a la Cuba castrista se le había señalado de lo mismo en los años 80 del siglo pasado. Con Chávez en Venezuela y Evo Morales en Bolivia esas operaciones de narcóticos se relanzarían con apoyo oficial en la primera década de este siglo.
Coutinho describe con bastante detalle los puntos de aterrizaje y despeje de los vuelos, la información que al respecto manejarían las autoridades de Colombia, Brasil y Estados Unidos, y la lógica política detrás de esas operaciones.
Porque en su indagación debe responder una pregunta central: ¿A cuenta de qué los mandatarios de estos países se involucrarían en este tipo de actividad? La respuesta es que esa era una forma de dañar al enemigo. Es decir, a Estados Unidos.
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Un modo de desafiar el orden mundial establecido por la paxamericana, de ayudar a los aliados de las Fuerzas Armadas de Revolucionarias de Colombia (FARC), entonces aún en guerra abierta contra el Estado colombiano, y otra fuente de recursos para apoyar la causa “revolucionaria”. Con esa fuerte inclinación por desafiar a la autoridad (en particular la del “imperio”) para Chávez era casi inevitable involucrar a su régimen en la actividad y esa sería la auténtica razón por la cual rompió las relaciones de colaboración de Venezuela con la DEA en 2005, con la acusación de que en realidad esa agencia protegía el narcotráfico. Algo así como el ladrón que grita: allá va el ladrón.
Por supuesto que Coutinho no es el único periodista que ha puesto su mirada sobre un tema del que se han escrito (y se escribirán) ríos de tinta, entre otras cosas porque las autoridades de los Estados Unidos también lo han hecho.
Sobre esto desde 2008, y cada cierto tiempo, salta a la luz pública algún escándalo, alguna acusación formal o señalamiento periodístico que involucra a algún alto funcionario del régimen chavista, o a sus familiares o socios. Ministros, exministros, gobernadores en funciones y exgobernadores, jefes de inteligencia y los que dejaron de serlo.
Desde el empresario Walid Makled que reconoció ser parte de una trama de narcotráfico e inculpó a las autoridades venezolanas antes de ser entregado a Venezuela por el gobierno de Juan Manuel Santos, pasando por un magistrado del Tribunal Supremo, un juez, un exescolta del propio Chávez, hasta los sobrinos de la pareja presidencial Maduro-Flores, parece que la actividad impregnó al régimen.
Uno de los señalados desde hace años por las autoridades norteamericanas es Tareck El Aissami, exministro de Interior, exgobernador y aliado cercano de Nicolás Maduro, de quien fue vicepresidente ejecutivo. Ahora el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas (ICE) de los Estados Unidos lo incluye en la lista de los más buscados a raíz de una sentencia de la Corte Federal de Manhattan.
Probablemente sea una forma mediante la cual el gobierno de los Estados Unidos manifiesta que su disposición a dar todas las garantías posibles a Maduro, sus aliados y el chavismo, a fin de que faciliten una transición en Venezuela, tiene un límite.
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Según Coutinho, una de las consecuencias de la decisión de Chávez de involucrar a su régimen en el ilícito negocio fue que a continuación varios de sus colaborares civiles y militares descubrieron los enormes beneficios personales que podían obtener.
Cuando la situación se salió de control, es decir, las acusaciones, investigaciones criminales y juicios en las cortes norteamericanas comenzaron a acumularse ya era tarde para poner orden puesto que el expresidente falleció.
No tuvo el tiempo, la prudencia y el cálculo que sobre la materia sí tuvo en su momento Fidel Castro (1989), quien muy en su estilo tomó el toro por los cuernos, acusó y fusiló al general Arnaldo Ochoa (el héroe de la Guerra de Angola) cargándolo con toda la responsabilidad de la red de tráfico de drogas que operó en los años 80 a través de Cuba. De paso (al estilo estalinista) eliminó a un potencial rival interno. Fidel, en su juego de David contra Goliat, sabía hasta dónde podía provocar a Estados Unidos.
Los herederos de Hugo Chávez (quien murió sin poner orden en ese como en otros asuntos) parece que siguieron excediendo esos límites y ahora cargan con la pesada herencia que los persigue.
Con información de ALnavío