A sus 79 años, cuando Paul McCartney echa la vista atrás para rememorar su vida no se sumerge en viejos diarios de juventud ni en ajados álbumes familiares, sino en las cientos de canciones con las que durante siete décadas ha ido construyendo, letra a letra, su autobiografía.
SwissInfo / Guillermo Ximenis / EFE
El libro «The Lyrics» («Letras»), que se publica el próximo 10 de noviembre en España, recopila más de 150 de esas composiciones, muchas de ellas grabadas a fuego en la memoria colectiva del sigo XX y otras desconocidas, como algunas estrofas inéditas de los años 60 que los Beatles nunca llegaron a grabar.
Cada uno de los temas viene acompañado de una detallada reflexión, en ocasiones casi una confesión, sobre el proceso creativo de McCartney, que hoy presentó el trabajo en el centro Southbank de Londres ante un público de cientos de personas tan entregado a las anécdotas que relata sobre su infancia como a las canciones de los Beatles.
El libro, que surge a partir de largas conversaciones con el irlandés Paul Muldoon, Pulitzer de poesía en 2003, revela el proceso de maduración creativa de un músico que siendo aún adolescente pasó de imitar el estilo de Buddy Holly y Little Richard a reflejar sus propias experiencias a través de su obra.
Desde «I Lost My Little Girl», que compuso con 14 años tras la muerte de su madre, hasta «I don’t know», escrita hace apenas tres años durante una crisis personal, McCartney relata como la composición actúa en él «como una sesión de psiquiatra».
«MISILES» CONTRA JOHN LENNON
Ningún intento de autobiografía del Beatle estaría completo sin dedicarle espacio a sus célebres desencuentros con John Lennon, que llevaron a la ruptura de la banda.
Las huellas de esa batalla se conservan intactas en temas como «Too Many People» (1971), escrita alrededor de un año después de la disolución de los Beatles.
Era «un momento en el que John me estaba lanzando misiles con sus canciones, uno o dos de ellos bastante crueles», rememora McCartney, que decidió «devolverle esos misiles».
Después de tantas décadas, sin embargo, el músico afronta con cierta ironía la curiosidad que continúan despertando las peleas, algunas reales y otras exageradas, con sus antiguos compañeros de banda.
«Incluso ahora, a mi edad, los periodistas y fotógrafos continúan tratando de obtener exclusivas y sacar a la luz trapos sucios, como si de repente nos hubiéramos enemistado con Ringo, o como si estuviera peleado con Yoko, una mujer que pasa de los ochenta», esgrime.
Sin pudor, no duda en describir ante la audiencia que abarrota el auditorio lo mucho que «amaba» a John, aunque admite que nunca llegó a decírselo en vida.
EL HORARIO DE OFICINA DE LOS BEATLES
Un tema recurrente cuando reflexiona sobre el proceso creativo es su insistencia en que muchas de sus canciones han surgido gracias al trabajo constante, no a partir de periodos pasajeros de inspiración -menos aquellas que se le aparecieron en sueños («Let It Be»), o las que nacieron al estirar el hilo a partir de una frase pronunciada por un taxista («Eight Days A Week»), entre otras-.
Rememora con orgullo las rutinas que adquirieron los Beatles cuando comenzaron a grabar en Londres. De aquella época, le gustaba «terminar la jornada a las cinco y media», lo que le permitía ojear por la tarde el programa de la revista «Time Out» y aprovechar las últimas horas del día para ir al teatro.
«Llegábamos (al estudio) a las diez en punto, empezábamos a las diez y media y trabajábamos tres horas. A la una y media tenías un descanso de una hora. Luego trabajabas desde las dos y media hasta las cinco y media, y eso era todo», describe.
El Londres de 1960 -«los despreocupados sesenta», subraya- era una ciudad con innumerables oportunidades para que un músico ya célebre como McCartney aprovechara su tiempo libre.
Rememora, entre otras anécdotas, la ocasión en la que se presentó en casa del filósofo Bertrand Russell en el barrio de Chelsea sin avisar. Sencillamente llamó a su puerta y preguntó a su asistente si podía conocerle. Ambos hablaron sobre la guerra de Vietnam y el movimiento antibélico, reflexiones que años más tarde influirían en temas como «Dress Me Up as a Robber» (1982).
«A mucha gente, cuando llega a cierta edad, le gusta volver a sus diarios y repasar día a día los eventos del pasado. Yo no tengo esas libretas, lo que tengo son canciones, cientos de ellas. He aprendido que sirven para lo mismo», afirma McCartney.
La publicación del libro se produce en paralelo a una exposición en la Librería Británica con multitud de documentos originales con las composiciones de McCartney, que los conservadores llaman «manuscritos» y a los que el músico se refiere, ahora sí con cierto pudor, como «pedazos de papel».
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