Fue su última aparición en público. Y tal vez lo sabía. Un desmejorado Freddie Mercury sujetaba entre sus manos el galardón que acababa de recibir Queen en los Brit Awards, el 18 de febrero de 1990, por su contribución a la música británica. No dio un paso al frente de la banda -integrada por Brian May, en guitarra, Roger Taylor, batería y John Deacon en bajo- como acostumbraba. Los agradecimientos los dio May, luego de que el presentador del premio, Terry Ellis, presidente de la BPI (Industria Fonográfica Británica) se deshiciera en elogios con los miembros de la agrupación y reconociera de que estaban en deuda. “Son cuatro hombres, todos graduados universitarios, que este año celebran 20 años trabajando juntos… En verdad nunca han sido plenamente reconocidos por los logros sobresalientes de su impresionante carrera. Pero esta noche vamos a corregirlo”.
En la gala que tuvo lugar esa noche en el Dominion Theatre, en el West End londinense, Freddie Mercury estaba muy maquillado para disimular la palidez de la enfermedad de la que no quiso hablar hasta un día antes de su muerte. Todos los medios de prensa, sensacionalistas y los tradicionales, especulaban que había contraído el Síndrome de Inmuno Deficiencia Adquirida (Sida) llamada en esos tiempos “peste rosa”, pensando que era una enfermedad que solo golpeaba a la comunidad gay, a quienes se los acusaba como responsables de su aparición. El líder de Queen había bajado de peso repentinamente, se lo veía débil, pálido y era evidente de que algo malo le estaba pasando. Freddy Mercury era un frontman con una personalidad desbordante de energía, explosiva sobre el escenario, donde era común que interactuara con miles de personas. Hasta que todo cambió.
Comenzó a ocultarse de los medios que escarbaban sobre su vida privada y ya algo habían encontrado. Solo que no salía de su propia boca. Queen guardaba con máximo hermetismo un secreto que los llevó evitar las entrevistas, apariciones públicas y algo más llamativo: no salir de gira promocional por el lanzamiento de su álbum de 1989, The Miracle. La última gira que hicieron fue la de Magic Tour, para tocar el álbum A kind of Magic. Corría el año 1986 y se presentaban con el escenario y plataformas de luces más grandes que tuvieron en su carrera, además de una mega pantalla. En las dos fechas de Wembley, cuyas entradas se vendieron en 6 horas, hubo 15 cámaras y un helicóptero tomando vistas aéreas, sobre las 75 mil personas que vieron el espectáculo.
Esa noche de los Brit Awards era una sombra de sí mismo. Llevaba un traje cruzado, color celeste, cuando él acostumbraba llevar mallas pegadas al cuerpo, camisetas escotadas que dejaban ver sus brazos marcados por algún brazalete. Usaba colores vibrantes como el rojo o el amarillo. Esta vez para disimular su delgadez extrema, optó por esa prenda holgada, que a su vez revelaba su estado anímico. Freddie Mercury se había apagado, tenía la mirada ausente, seguramente sumido en sus pensamientos. Quien contraía el virus del HIV lo vivía como una sentencia a muerte, porque todos terminaban muriendo. No había escapatoria. Porque en esos tiempos, no tenía chances de salvarse. Y morían en soledad en un hospital, porque era una enfermedad estigmatizante. Los efectos adversos de la medicación, la zidovudina ( AZT), un viejo fármaco para el cáncer que descubrieron que retrasaba las infecciones, generaba náuseas, vómitos, problemas en la sangre (anemia y neutropenia) y debilidad muscular (miopatía). Algunas personas que sobrevivieron a la enfermedad en esa época cuentan que tomaban unas 18 pastillas. En las internaciones, se enteraban de cómo iban muriendo día a día gente muy joven, llena de sueños y proyectos, como los tendría Freddie, en la cima de su carrera.
El líder de Queen asumió esa noche un rol secundario, mientras sostenía el galardón con casco de gladiador y tridente. Estaba en otra parte. Apenas se rió cuando Brian May, después de los agradecimientos se animó a deslizar un chiste, tal vez con la idea de descomprimir el drama que callaban. “Quisiera dar un especial agradecimiento a la industria petrolera británica por este magnífico premio en reconocimiento a toda la cantidad de vinilo que hemos reciclamos a lo largo de los años”, dijo el astrofísico de la banda y la audiencia se lo festejó. Finalmente, luego de que Taylor y Deacon saludaran brevemente, Mercury tomó el micrófono y se limitó a decir tres palabras: “Gracias. Buenas noches”. Lo último que pudo decirle a su público en lo que fue la última presentación de la banda sobre un escenario.
Después de la entrega de los Brit Awards hubo una fiesta, donde Freddie se tomó fotos con las velitas para celebrar los 20 años de Queen, y junto con otras de las estrellas de la música, que habían sido nominados o premiados esa noche. Las imágenes, muestran el deterioro físico de Freddie, pero también el gran afecto y admiración de sus amigos en el ambiente de la música. Hay fotos con David Gilmour, Rod Stewart, Liza Minnelli y George Michael (1963-2016). Este último fue uno de los músicos que después de la muerte de Freddie, participó del tributo que le hicieron en 2013 con un Somebody To love memorable, sin que nadie pudiera imaginar tres años después sería encontrado muerto en su cama por una falla en su corazón. The Freddie Mercury Tribute Concert for AIDS Awareness, tuvo lugar en el estadio de Wembley el 20 de abril de 1992, al cumplirse solo cinco meses de la muerte del cantante. El objetivo del recital, que reunió 72 mil asistentes, fue cumplir con uno de los pedidos del Mercury, generar conciencia sobre la existencia del sida y juntar fondos para la Mercury Phoenix Trust, la fundación que creó el resto de la banda tras su muerte.
La traición que lo dejó en el foco de los medios
En mayo de 1987 los medios comenzaron a acecharlo desde el momento en que su ex manager y amante, Paul Brenter, en una actitud de despecho, vendió fotos de la intimidad de la estrella cuando nunca había salido del closet. Había contado que había tenido sexo con más de 100 hombres y que sus dos últimos amantes habían muerto a causa del Sida. Era una bomba, ya que era una época en que reinaba la homofobia, que The Sun dosificó en diferentes ediciones. Todo esto le habría reportado a Paul Prenter unos 100 mil dólares, según contó Jim Hutton, la última pareja del vocalista de Queen. Algo por lo que más tarde se mostró arrepentido y el cantante, no estuvo dispuesto a perdonar.
Después de la gala de los Brit Awards, el creador de Bohemian Rhapsody se recluyó en su casa londinense y siguió dando batalla a su enfermedad en pie. Trabajó hasta donde le dieron sus fuerzas. En febrero de 1991 se lanzó su último álbum, Innuendo. Los rumores continuaban alimentándose porque esa noche Mercury faltó a la cita. Era evidente el avance de la enfermedad, además de los esfuerzos que hacía la banda para maquillar la realidad. Los videos I’m Going Slightly Mad y These Are The Days Of Our Lives están grabados en blanco y negro, para disimular el deterioro de Freddie.
Freddie Mercury murió en su cama, en su hogar de Kensington en Londres, a los 45 años, rodeado de sus afectos. Su pareja, el peluquero Jim Hutton y su ex novia y mejor amiga, Mary Austin a quien le dejó la mitad se su fortuna. Días antes de su muerte, el líder de una de las bandas británicas más famosas de todos los tiempos consultó a su representante Jim Beach sobre cómo contarle al mundo que se estaba muriendo. No podía irse sin decir nada. Y así lo contó, por medio el manager: “Respondiendo a las informaciones y conjeturas que sobre mí han aparecido en la prensa desde hace dos semanas, deseo confirmar que he dado positivo en las pruebas del virus y que tengo sida. Es hora de que mis amigos y mis fans en todo el mundo sepan la verdad y deseo que todos se unan a mí, a mis médicos y a todos los que padecen esta terrible enfermedad para luchar contra ella”. A las 24 horas de ese anuncio, un 24 de noviembre de 1991, el artista moría de una bronconeumonía, una complicación generada por el sida. Su funeral fue una ceremonia íntima, solo asistieron familiares y amigos, no más de 35 personas, y tuvo lugar en el crematorio West London, dentro del cementerio Kensal Green. Todavía no se sabe bien cual fue el destino de sus cenizas. Se cree que fueron esparcidas por Mary Austin en el lago Lemán en Ginebra, Suiza, donde Mercury pasó parte de sus últimos años. Otros creen que fueron repartidas en diferentes teatros. O que están en su mansión de Kensington.
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