Hace 85 años, un 1 de octubre de 1935, nacía en Walton-on-Thames (Inglaterra) Julia Elizabeth Wells, la mujer que el mundo entero conoce como Julie Andrews, una verdadera leyenda viviente del séptimo arte que lleva décadas iluminando la pantalla con su presencia radiante.
Tras debutar en musicales teatrales como My Fair Lady y ya desde sus primeros pasos cinematográficos en la década de los 60, como la inolvidable Mary Poppins (por la que obtuvo el Óscar a Mejor Actriz) o la igualmente icónica Maria von Trapp de Sonrisas y lágrimas (Globo de Oro a Mejor Actriz), la británica demostró brillar con luz propia en el firmamento de las estrellas de cine.
Y aunque en las décadas siguientes su luz pareciera desvanecerse con cada nuevo proyecto –con notables excepciones, como las comedias 10, la mujer perfecta (1979) o ¿Víctor o Victoria? (1982)–, su reaparición en pleno siglo XXI interpretando a la reina Clarisse Renaldi en las dos entregas de Princesa por sorpresa conectó a Andrews con toda una nueva generación de fans. Eso por no mencionar papeles de voz como el de la Reina de Shrek o la madre del protagonista de Gru: Mi villano favorito, que le han permitido seguir muy presente en la gran pantalla –sino en imagen, al menos en sonido.
Pero fue precisamente aquel finísimo instrumento vocal con el que, abarcando cuatro octavas, nos regalara las canciones más memorables de Mary Poppins o Sonrisas y lágrimas, lo que estuvo a punto de costarle a Andrews el resto de su carrera e hizo que su presencia mediática en el siglo XXI no haya estado a la altura de su legado. Porque pasarse la vida cantando puede sonar como algo bello, alegre y divertido, pero acaba teniendo un coste para la salud. Y pocos saben que Andrews tuvo que someter sus cuerdas vocales a cirugía para librarse de una lesión… y que el resultado de la intervención fue que la pérdida de su capacidad de cantar.
Cantar así, con esa voz que tanta huella dejó en la historia del cine:
Remontémonos a 1997. Por entonces Andrews llevaba dos años protagonizando la versión de Broadway del musical ¿Víctor o Victoria?, y había empezado a padecer ciertos problemas vocales fruto de su intenso trabajo. Según la revista People, algunos describieron dichos problemas como nódulos no cancerosos, o bien como un pólipo benigno –aunque la propia actriz lo definió en 2015 como un quiste, según The Hollywood Reporter.
Cuando terminó la temporada, la británica por fin tuvo ocasión de reposar su voz y recuperarse del desgaste sufrido. Pero el equipo de producción de ¿Víctor o Victoria? –que incluía a su marido de entonces, el director Blake Edwards– querían que Andrews se sumase a la gira del espectáculo. Como la trabajadora incansable que era, Andrews no podía decir que no.
En consecuencia, el médico le ofreció la posibilidad de operar su cuerdas vocales para extirpar la lesión. Según sus declaraciones a CBS News, la actriz entendió que la intervención no suponía ningún peligro para su preciada voz, y que podría volver a cantar transcurridas unas pocas semanas. Así que firmó y, en junio de 1997, se sometió a la cirugía en el Hospital Mount Sinai de Nueva York.
Para comprender el riesgo real de la operación que Andrews aceptó llevar a cabo, hay que tener en cuenta el funcionamiento mismo de la voz humana. Esta proviene de las vibraciones individuales de dos cuerdas vocales que, si sufren esfuerzo excesivo o agotamiento (como suele ser el caso en cantantes que llevan su voz al límite), pueden resultar en lesiones no cancerosas como quistes, nódulos o pólipos. Estas neoplasias benignas se pueden extirpar, pero en la década de los 90 dicho procedimiento solía requerir el uso de fórceps o láseres –métodos con una alta probabilidad de afectar a las cuerdas vocales.
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