Yulecsi Rodríguez se cubre la cara con una bandera de Venezuela, llora sin control frente a la imagen en televisión de su hija Yulimar Rojas, coronada campeona olímpica del salto triple al otro lado del mundo.
Rojas ganó el oro, rompió el récord olímpico y el mundial este domingo en los Juegos de Tokio-2020… en el mismo día. Y Yulecsi, de 51 años, no pudo sino llorar de la emoción.
La familia de Yulimar organizó una reunión para ver la final del salto triple en su residencia en Barcelona (Anzoátegui, este), a 14.000 km de la capital nipona donde la “reina” escribía historia.
Comenzó bien temprano en la mañana por el cambio horario. Familiares, amigos y vecinos acudieron emocionados a la casa, adornada con una bandera venezolana de 10 metros que colgaba en la fachada de dos pisos, donde recibieron matracas, pitos y papelillos para entrar en el calor de la celebración.
Con el apoyo del Comité Olímpico venezolano, la familia instaló una pantalla gigante con la señal de los Juegos.
“¡Vamos, Yuli!”, gritaban listos para el gran cierre, después de un primer salto que con 15,41 metros la catapultó al podio con un oro prácticamente asegurado desde el inicio.
“¡Nunca pensé que iba a ser récord olímpico en el primer salto!”, exclamó casi sin aire Rodríguez a la AFP.
Todo se volvió algarabía cuando Rojas voló 15,67 metros en su sexto y último salto, tras dos de seis saltos nulos, convirtiéndose en leyenda. Su salto desató el llanto colectivo y gritos que retumbaron por toda la calle.
“Yo sabía que ella iba por ese récord, desde el principio lo sabía”, apenas pudo articular su hermana menor Yerilda Zapata, de 23 años. “No tengo palabras para decir cómo me siento, es una emoción demasiado, demasiado…”.
– “¡15,67!” –
“¡Vamos!”, gritaba su madre cada vez que veía a su hija dar zancadas al aire, preparándose antes de sus seis intentos.
Inquieta, daba constantes vueltas por el lugar y solo acudía al frente para ver los saltos. “Yo no dormí”, asegura con la cara hinchada.
Rojas, de 1,92 metros, 25 años y cabello rapado color rosa, nació en Caracas pero creció en Pozuelos, a las afueras de la ciudad costera de Puerto La Cruz, vecina a Barcelona.
Pedro Zapata, su padrastro, que la crió, saltaba y abrazaba a quien tuviera al lado con cada salto. Estaba eufórico. Llevaba una camiseta estampada con imágenes de Rojas por los aires, el uniforme del núcleo familiar ese caluroso domingo.
“Ella estaba pequeña, uno veía los Juegos Olímpicos y las campeonas eran muchachas de Alemania, de Rusia, de Francia, y ahora que tenemos una hija de uno aquí, bueno, eso es un orgullo”, dijo a la AFP el orgulloso hombre.
Tras la victoria, la fiesta se trasladó a la calle algunos con banderas pequeñas, otros con unas más grandes. Vehículos tocaban las bocinas para unirse al júbilo. Fuegos artificiales iluminaron un resplandeciente cielo azul de 9 de la mañana, que no impidió que brindaran con cerveza fría en vasos plásticos.
“¡15,67! ¡15,67!”, coreaban exaltados los presentes por el nuevo techo de Rojas, que ostenta ahora los récords del mundo en su prueba tanto al aire libre como en pista cubierta.
Nelly de Mota, docente jubilada de 66 años y vecina de la familia, fue una de las primeras que llegó a la reunión, a las 6 de la mañana. Valió la pena madrugar. El salto final la dejó “súper emocionada”.
“Es una emoción demasiado indescriptible, hay que vivirla para saber lo que es”, confiesa caminando a paso apurado.
La víspera, la madre de Rojas habló con ella por videollamada. “Le eché su bendición, le dije que controlara los nervios. Que los dos primeros saltos fuera con todo para asegurar esa medalla y después de esos dos saltos, los cuatro saltos, fuera por el récord mundial”. Y así lo hizo.
AFP.
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