Hace dos años, el 6 de marzo de 2020, el entonces presidente Martín Vizcarra anunció que se había detectado el primer caso de covid-19 en Perú, con lo que comenzó una crisis sanitaria que instaló una de las cuarentenas más estrictas del mundo, golpeó duramente la economía y llevó al país a ostentar la mayor tasa de mortalidad del planeta.
EFE
“Vamos a mantener la calma y confiar en el sistema de salud”, declaró Vizcarra el día en que comenzaba la batalla contra un virus que, a la fecha, ya ha cobrado más de 211.000 vidas y contagiado a 3,5 millones de personas, más del 10 % de la población nacional.
Pese a ser el primer país de Latinoamérica en decretar la cuarentena obligatoria, la crisis pronto desnudó las carencias de un sistema de salud débil y relegado durante décadas, con un enorme déficit de médicos y camas UCI.
La arraigada informalidad, en la que trabaja el 70 % de la población económicamente activa, también contribuyó a desatar la espiral de decadencia que llevó a muchos enfermos a optar por cuidarse en sus propias casas, lo que disparó la demanda de oxígeno medicinal durante la primera ola, que abarcó cinco meses, desde abril hasta agosto.
Asimismo, el agonizante hundimiento económico llevó al país a interrumpir, en 2020, 22 años consecutivos de crecimiento económico y registrar la peor caída en las últimas tres décadas (-11,12 %), además de retroceder una década en su lucha contra la pobreza, tras dispararse a más del 30 % de la población, casi 10 puntos más que en 2019 y un índice similar al de 2010.
La falta de anticipación al segundo tsunami epidemiológico, que arrancó a fines de diciembre de 2020, repitió las dramáticas escenas de la primera ola, con una incidencia aún mayor de muertes que llegó a su máximo en abril del año pasado (9.350), el mes más funesto, que coincidió con la primera vuelta de las elecciones presidenciales.
La feroz crisis política que atravesó el país durante estos dos años tampoco ayudó a revertir los dramáticos récords que lo llevaron a no solo ser líder mundial en la tasa de mortalidad, sino también en la tasa de orfandad, al reportar 98.000 niños y niñas que han perdido a su madre, padre o tutor legal debido a la covid-19.
La luz al final del túnel se vislumbró en febrero de 2021, cuando llegaron las primeras vacunas, un millón de dosis de la estatal china Sinopharm, aunque el optimismo se esfumó pronto al saltar el “Vacunagate”, el escándalo de vacunaciones secretas de más de cien altos funcionarios con un exclusivo lote al que accedieron antes de que cualquier ciudadano pudiera ser vacunado.
La campaña de inmunización marchó a cuentagotas por algunos meses, antes de que el país tuviera los suministros necesarios para inyectar velocidad al proceso de vacunación, que a la fecha ya logró proteger con la pauta completa a casi el 76% de la población, mientras que el 33% ya recibió la dosis de refuerzo.
El último escalón empezó en enero pasado, con el inicio de la vacunación a los menores de 12 años, quienes sin duda han sido uno de los grupos más castigados por la pandemia al verse varados en casa por el cierre de las escuelas, que recién abrirán a fines de este mes, tras dos años clausuradas.
Ahora, los indicadores de casos, muertes y hospitalizaciones apuntan que Perú ya está camino al fin de la tercera ola, que empezó en enero de 2022 con predominio de la variante ómicron, y podría acabar en marzo, según estimó recientemente el Gobierno.
Ante este escenario alentador, las autoridades sanitarias anunciaron la flexibilización de las medidas restrictivas con el objetivo de impulsar la actividad económica del país.
El año pasado, la economía peruana rebotó un 13,3% y se espera que cierre 2022 con un crecimiento de entre el 3,5% y 4%, mientras que para el periodo 2022-2026 el Gobierno estima un repunte del 2,4% de promedio anual.
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