Avenidas desiertas, calles vacías, ocio cerrado. París es una ciudad apagada esta madrugada… pero no del todo y con retraso.
EFE
La capital francesa, uno de los símbolos mundiales de la cultura y el ocio nocturnos, vive su primera noche en toque de queda, el primero a nivel total desde la ocupación alemana de la ciudad hace ya 80 años, en plena Segunda Guerra Mundial.
El inicio de la medida a las 00.00 de este sábado se vivió con mucha tranquilidad y parsimonia en el centro de la capital, donde abundan los lugares de ocio nocturno. Como los bares ya debían cerrar a las 22.00 por las restricciones previas contra el coronavirus, son los restaurantes los que ofician de abrevaderos.
A esa hora, muchas terrazas de pequeños restaurantes de la popular zona de Vivienne, en el segundo distrito, seguían aún muy pobladas, y aunque algunos clientes estaban pagando la cuenta, otros seguían de charla dando pequeños sorbos, sin prisas, a sus copas de vino.
Tras una noche de fiesta intensa pero acortada, tal vez de despedida de la vida nocturna para las próximas cuatro semanas que durará el toque de queda como mínimo (tal vez seis), los clientes, casi todos jóvenes, emprendían el regreso en un rosario de caminantes por las aceras, mientras algunos tomaban el autobús.
En la Rue Cadet, una pequeña vía peatonal, una pareja se besa con la ternura de dos adolescentes de una película de Truffaut. Tal vez sea la última noche que pueden salir juntos en hasta un mes y medio.
Intercambio miradas con un joven que camina a mi lado: «No hay mucha sensación de toque de queda», le digo. «La verdad es que no. Habrá que empezar a correr», responde riendo mientras gira en la primera esquina con su ritmo parsimonioso.
Más adelante, en Rochechouart, dos jóvenes copa en mano animan desde su ventana a los peregrinos que retornan a casa cantado a voz en grito una divertida estrofa satírica sobre el prefecto de policía y el toque de queda, aprovechando que ambos términos riman en francés.
«Ya habían anunciado que el primer día no habría multas, que la policía se limitaría a informar», explica casi disculpándose una joven. En efecto, en casi 40 minutos de camino no se ha visto ni un vehículo policial ni un agente a pie.
En otras zonas de la ciudad la situación era similar, según pudo comprobar Efe. En la famosa colina de Montmartre, las personas que se congregan para contemplar la alfombra de luces de la ciudad en las escaleras se fueron después de la hora estipulada.
En la zona de ocio de Pigalle el ocio se mantuvo muy activo y ya a medianoche empezó la operación retorno, igual que en la Puerta de Clignancourt, una zona obrera y de emigración del norte, ya casi en el «banlieu».
Como Cenicienta, mucha gente comenzó a moverse al dar las doce, pero con tranquilidad.
Lo mismo ocurrió en las zonas residenciales del distrito XIX, donde algunos restaurantes incluso seguían abiertos hasta más allá de la medianoche y hasta los agentes policiales a pie patrullaban sin interferir.
Después, sí, el toque de queda se notó de verdad. Los famosos cafés, «brasseries» y «bistrots», con sus terrazas de mesitas abigarradas en aceras y pasajes, quedan cerrados antes de lo normal. El bullicio y la alegría que vivían hasta hace poco desaparecieron.
En una zona residencial al norte del distrito XVIII, alguien queda todavía por las calles y algunos vehículos aún circulan, pero muchos menos de lo habitual.
Los monumentos más famosos, como la Torre Eiffel o el Arco de Triunfo, acaban por fin huérfano de visitantes, incluso de los que pasan de noche para contemplarlos iluminados y sin sufrir a las multitudes.
Amplias zonas de París ya parecen esos pequeños pueblos de la campiña francesa que, cuando se cruzan en automóvil poco después de la puesta del sol, tienen ya vacías sus calles y sin luces las ventanas.
Aun así, el parón no es total, porque en una metrópoli como esta siempre habrá alguien que vuelve o va al trabajo, tiene una emergencia o está de viaje. París es una de esas ciudades como Nueva York, Londres o Tokio, que nunca duermen.
Pero, comparada con otras madrugadas de sábado, el contraste sí es muy grande.
Las farolas encendidas mienten: Aunque con retraso, la «ciudad luz» está muy apagada.
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