El equipo de El Diario conversó con una familia que sufrió la pérdida de un familiar, contagiado por covid-19, en un apagón de varias horas. La crisis eléctrica del país se une al desconcierto por el aumento de contagiados y fallecidos por el virus.
Alexis Reyes de 56 años de edad estaba internado en el hospital Victorino Santaella de Los Teques, estado Miranda. Su temple se había recuperado, sus pulmones comenzaban a funcionar adecuadamente y él, desde la sala de confinamiento, sentía voracidad por la vida. Su hija, Gabriela, relata que ese día recibió varias cartas donde su padre escribía, con su puño y letra, las mejoras de su cuerpo. A las 6:00 pm del sábado 8 de agosto se fue la luz en gran parte de Los Teques.
Todo quedó a oscuras, pero Gabriela, desde la ventana de su cuarto, podía ver las luces encendidas del hospital. «La planta de electricidad funciona», pensó. Se acostó a dormir tranquila, sin sobresalto, esperanzada por la recuperación de su padre. La luz llegó 21 horas después. Su hermana, que llevaba todas las mañanas el desayuno a su padre, se enteró que había fallecido en horas de la madrugada por una insuficiencia respiratoria aguda.
Los primeros síntomas de Alexis aparecieron dos semanas antes de su fallecimiento. Fiebre, dolor de cabeza, alergias, tos y escalofríos. Todo apuntaba a un solo factor: covid-19. Pero la primera prueba que se realizó, junto a su hija que presentaba los mismos síntomas, salió negativa. Un médico le recomendó realizarse los exámenes necesarios para descartar el dengue. Estos salieron positivos. En ese momento, ambos, con el temor generalizado por el virus de la pandemia, descartaron con cierta tranquilidad al covid-19.
Los síntomas aumentaban su gravedad. La fiebre rozaba los 40 grados y el cuerpo de Alexis tiritaba de escalofríos. Esa noche amaneció en la clínica, donde la fiebre bajó a las 5:00 am y, comenta Gabriela para El Diario, empezó a sudar como nunca antes. Era el sábado 1° de agosto. Ese día Alexis comenzó a sentir problemas para respirar. Un nuevo síntoma que lo acercaba, sobre todo, a los conocidos por covid-19. Ya estaba en su casa y la sensación de ahogo aumentó de manera significativa. Incluso, en un momento, pidió que su esposa y sus hijas entrarán a la habitación porque la sensación del aire faltante era agobiadora. No quería volver a la clínica, tampoco ir al hospital, porque reconocía, luego de 20 años de labor farmacéutica, el estado deplorable del sistema de salud venezolano.
Alexis Reyes era egresado de la facultad de Farmacia en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Durante más de 20 cumplió una labor incansable, comenta su hija, ante las necesidades del otro. Familiares, amigos, conocidos y no tan conocidos fueron ayudados por Alexis en algún momento. Sin embargo, aunque se negaba a pisar un hospital, su familia no tuvo otra opción. Los síntomas aumentaban gravemente. La tos era continua y agotadora. La tensión aumentaba. La falta de aire, con cada minuto, era más notable.
Unos vecinos cercanos lo llevaron, junto a su esposa, al hospital Victorino Santaella. Al llegar lo conectaron a un respirador y lo atendieron enseguida. Todos los síntomas daban como respuesta covid-19. Así que, incluso aunque saliera negativo, debía quedarse durante 15 días internado en el hospital. Le realizaron la prueba PCR y, después de tres días de espera, llegaron los resultados: era positivo para el virus.
En el hospital, comenta ella, no había ningún tipo de servicio. La comida, el agua y los utensilios de cuidado personal eran llevados todos los días por la esposa e hija mayor de Alexis. Su situación era alarmante y los primeros días de hospitalización transcurrieron entre la ansiedad, los nervios y el temor constante. Incluso en algún momento tuvieron que ponerle una mascarilla a presión, porque él intentaba, incansablemente, quitársela.
Su familia decidió no dejar el teléfono para evitar sobresaltos, mensajes indeseados o, simplemente, porque la situación no lo ameritaba. Su comunicación era a través de cartas, de pequeños o grandes mensajes, en los cuales comentaba cada día el avance de los síntomas. Todo parecía mejorar. Su cuerpo respondía positivamente y él, enfocado en vivir, cumplía con sus comidas al pie de la letra. “Las últimas notas, que llegaron el jueves o viernes, fueron increíbles: la recuperación fue rápida”, agrega ella.
La saturación de sus pulmones subió a 90% -los niveles normales son entre 95% y 100%- y la recuperación era una sensación posible, no solo una esperanza en el porvenir. Todo parecía mejor. Pronto saldría del cuarto donde, junto a otras cinco personas, estaba aislado por la condición del virus. El domingo su familia le enviaría el teléfono con mensajes de aliento, con videos de ánimo, para que pudiera verlos y, además, comunicarse con sus otros familiares. Pensaban ellas, en ese momento, que lo peor había pasado y solo quedaba esperar la recuperación total.
Su familia nunca imaginó que esa noche se iría la luz. Tampoco imaginó que, después de ver las luces encendidas del hospital, este se apagaría por completo causando el temor de todos los pacientes que allí estaban. Su hija mayor llegó en la mañana, como todos los días de esa semana, para llevar el desayuno. No esperaba ninguna noticia alarmante, pero el enfermero, aquel encargado de recibir las bandejas de comida, le comentó que los médicos necesitaban hablar con ella.
Todavía no pensó en algo grave porque su padre en las últimas cartas había notificado una mejora sin precedentes. El doctor le dijo, al llegar a la puerta del hospital, que su padre había fallecido la noche anterior. La oscuridad del apagón provocó un pánico generalizado en todos los pacientes. La planta de electricidad, que causó tranquilidad al inicio, dejó de funcionar a las dos horas. Los niños lloraban sin sosiego; los demás pacientes, internados por el virus o no, gritaban de los nervios y la ansiedad. Los médicos de turno, que eran pocos, no sabían cómo apaciguar el temor de todos los pacientes.
Alexis entró en pánico. El médico, esa mañana, le comunicó a su hija que tenía en sus manos el teléfono, algunas cartas y la comida, que su padre había sufrido un ataque de insuficiencia respiratoria aguda y una infección respiratoria baja. Ellos intentaron todo, pero sin luz, en la oscuridad de la noche, no podían conectarlo al respirador. Según ellos, además, enviaron un mensaje para comunicar el ataque de pánico. Mensaje que, hasta la fecha, no ha llegado.
“Era lunes y todavía no creía lo que había pasado”. Su esposa y sus dos hijas no entendían, todavía, lo ocurrido. De repente, todas las obligaciones del “jefe de la casa” se vieron abarrotadas encima de ellas, junto al pesar de un fallecimiento repentino. El día martes un grupo de “trabajadores de Corposalud”, aunque no estaba segura de ello, ya que nunca se presentaron, ni informaron su lugar de trabajo, tocaron la puerta de la casa.
Ellos sabían que Alexis Reyes, padre y farmacéutico, había fallecido días antes. La orden era hacerle la prueba a toda su familia. Ellas no se negaron en ningún momento. No tenían nada que esconder. Solo una persona, de las que se denominaba experto en salud, tenía guantes. El resto, sin traje especial, sin guantes, sin cuidado sanitario manipulaba las pruebas de un lado a otro. La actitud, comenta Gabriela, fue deplorable y burlona ante el dolor de la familia. La caja de anime donde estaban las pruebas pasaba del suelo a la mesa. Cada uno, entre ellos tres mujeres y un hombre, revisaba su celular sin descanso.
Ellos simplemente entraron como ‘perro por su casa’. Además, la persona que pasaba la prueba al que la realizaba no tenía guantes ni ninguna medida de salubridad”, recuerda ella.
Cada acción que realizaban estaba contaminada. No tenían, siquiera, sentido del peligro bacteriológico de su vestimenta. Con la familia estaba una tía y una prima, ambas egresadas de la escuela de enfermería, que al ver la situación de desdén sanitario de los encargados decidieron contarle, de forma educada, los errores cometidos. La respuesta de estos, vociferantes y altivos, fue amenazante. Querían llevar a la familia al Palacio de los Deportes, lugar establecido para mantener a los contagiados de covid-19 en Los Teques.
Ante la amenaza Gabriela, recordando la situación de su padre, rompió en llanto por el temor a ser ingresada en el sistema de salud público. “El tema aquí es que las personas que están entrenadas para este tipo de caso nos hicieron pasar un mal rato”. Al final, las amenazas fueron vacías y las pruebas de la familia resultaron negativas.
Algunos vecinos, marcados por la indiferencia, esclavos de los rumores, miran a lo lejos a la familia. “Ellos piensan que tenemos covid-19”. Pero otros, ante la situación, han tendido su mano y han ayudado en las compras y en los quehaceres. Por ahora, el recuerdo latente de la situación se mantiene, pero, al mismo tiempo, Gabriela y su familia enaltecen la figura de un “jefe de hogar” que murió por un apagón.
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