Lo más estremecedor de los pregones de Diego Martorell, un venezolano que anda por Bogotá preguntando a grito herido si “hay alguien con vida”, es el silencio que les prosigue.
Por: BBC
Apenas termina su proclama, tan jocosa e insolente que resulta imposible pasar por alto, hay una pausa de espera por un llamado de ayuda.
Pero, como él dice, pareciera que, a veces, no hay vida, “que el coronavirus hizo de las suyas aquí”, en estos barrios de clase alta empotrados en las húmedas y frondosas montañas de los Andes.
Ante el silencio, Martorell baja su mirada, que estaba puesta en los edificios, emite un gemido de resignación y cansancio, y reanuda su arenga: “¿Hay alguien aquí con vida? Bolsas para la basura, sumercé, con lo que me pueda ayudar”.
Gritos de auxilio de un carismático migrante venezolano de 27 años que está por ser padre por tercera vez, fue desalojado de la residencia donde vivía y, como la mayoría de sus compatriotas en Colombia, ha quedado en ruinas por cuenta de la pandemia del coronavirus.
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