En condiciones extremas, la vacunación contra la covid-19 de las comunidades indígenas de la Amazonía brasileña se ha convertido en una odisea a contrarreloj, ante el repentino aumento de contagios y la irrupción de la nueva variante del virus que ya preocupa a medio mundo.
Raphael Alves y Carlos Meneses / EFE
A toda velocidad, surcando el río «Preto do Pantaleao» en una lancha rápida, Ilair Mura, agente de salud indígena, carga sobre su regazo una rudimentaria nevera de porexpan con un medidor de temperatura amarrado en el lateral con cinta adhesiva.
«Estoy llevando esperanza», dice a Efe este miembro de la etnia Mura, ataviado con un cocar.
En el interior de esa nevera hay una veintena de vacunas del laboratorio chino Sinovac, que serán administradas en la remota aldea de Soares, en la tierra indígena Pantaleao, interior del estado de Amazonas.
Las autoridades sanitarias brasileñas se aprestan a inmunizar en el menor tiempo posible a una población vulnerable que a lo largo de la historia ha sido diezmada por la aparición de nuevas enfermedades. La pandemia del coronavirus no ha sido menos.
Según el Ministerio de Salud, 42.040 indígenas que viven en aldeas han sido infectados con el SARS-CoV-2, de los que 555 fallecieron.
Sin embargo, el Gobierno no incluye en sus estadísticas a los indígenas residentes en áreas urbanas. Por eso, las ONG manejan otras cifras.
La Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil (APIB) cuenta, por ejemplo, 47.937 contagios y 953 fallecidos por la covid-19.
En todo Brasil, uno de los países más azotados por la pandemia, junto con Estados Unidos y la India, ya son 230.000 decesos y cerca de 9,5 millones de casos.
NERVIOS Y ALEGRÍA ANTE LA PRIMERA DOSIS
Ilair camina con la nevera como si fuera una reliquia. La inmunización tendrá lugar en una especie de pequeño pabellón, sin paredes, aunque techado y en cuya cabecera destacan unas ramas de palmera y una mesa de madera.
«Estamos lidiando con una enfermedad que no es de nuestro conocimiento. Traer la vacuna para acá es como si estuviera trayendo esperanza para nuestro pueblo», afirma.
Los funcionarios del Distrito Sanitario Especial Indígena (DSEI) de Manaos, capital de Amazonas, son los encargados de administrar la vacuna a los más de 15.000 indígenas de las aldeas que son de su competencia. Ya han aplicado la primera dosis al 60 % de ellos.
«Estamos trabajando bastante para cubrir toda esta área en el menor tiempo posible», explica a Efe el enfermero Januário Neto, coordinador del DSEI de Manaos. Ir y volver de uno de estos poblados puede demorar un día entero. Son jornadas maratonianas por agua y tierra hasta llegar al destino.
El protocolo de aplicación es el mismo. Los sanitarios van con mascarillas, gorro y mono blanco, pero el visual es otro, rodeados de naturaleza y con el cantar de los pájaros como banda sonora.
En la fila de espera no se acumulan más de tres indígenas, que aguardan su turno sentados en unos bancos de madera.
«Tenía miedo de la inyección, no de la vacuna. La vacuna es importante. Estoy feliz porque no sentí nada», dice a Efe Joelma Ezagui, de 27 años.
Algunos de los habitantes solo han conseguido ser vacunados ahora porque en la anterior visita de los agentes se encontraban con fiebre. Ese es el caso de Rosane Nascimento, de 44 años.
«Antes de la covid nuestro mundo era otro. Ahora vivimos una situación muy trágica», lamenta, aunque espera que pronto todo «vuelva a la normalidad».
La vacuna es una «garantía de que vas a vivir más tiempo», declara mientras sostiene con orgullo una cartilla de papel con el registro de la primera dosis.
Sin embargo, en el resto del país, la inmunización de los pueblos indígenas no va a un ritmo tan rápido como en esta zona. De acuerdo con el Ministerio de Salud, cerca del 37 % de los 410.000 indígenas adultos que viven en aldeas, principalmente en la Amazonía, ya han sido vacunados.
Pero según el Censo de 2010, Brasil cuenta con unos 900.000 indígenas en su territorio, de los que alrededor un tercio viven en áreas urbanas.
La vacunación de estos últimos dependerá de las secretarías municipales y regionales de Salud, no del Gobierno central, lo que ha levantado cierta polémica, pues ya se han registrado el desplazamiento de indígenas urbanos hacia sus aldeas, aumentando el riesgo de diseminar el virus.
Además, también preocupa la expansión de la nueva variante, P.1, originaria de Manaos, que podría ser más contagiosa y estar detrás de la explosión de casos en el estado de Amazonas.
MÁS EQUIPOS MÉDICOS PARA SORTEAR EL COLAPSO
Esta segunda ola pandémica ha generado un nuevo colapso sanitario en Amazonas, esta vez agravado con la falta de oxígeno, que podría haber provocado la muerte por asfixia de al menos 50 personas. La Policía Federal está investigando al ministro de Salud, el general del Ejército Eduardo Pazuello, por estos hechos.
En medio de esta tragedia, los agentes sanitarios del DSEI de Manaos también están mejorando las instalaciones médicas en las aldeas, como en Sao Félix, cuyos habitantes han establecido barreras sanitarias a la entrada vigiladas por guerreros indígenas.
«Buenos días, ¿nos permite que nos adentremos en su tierra?, pregunta Januário Neto al líder supremo de la comunidad (‘tuxaua’), Tato Mura. Aquí, 126 de un total de 532 residentes ya fueron vacunados con la primera dosis.
La entrada a Sao Félix está llena de carteles en letras rojas que prohíben la entrada a personas ajenas a esta aldea indígena, y recomiendan el aislamiento. El temor al virus es palpable, pero la ilusión por la vacuna también.
«Nuestro pueblo es un pueblo bien asustado. No está acostumbrado con este tipo de pandemia, pero conseguimos que todos tuvieran esperanza», asegura Tato Mura.
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