Se prende la cámara, un saludo cordial, luego hay que mostrarle la habitación, cada espacio, los objetos que hay en ella, los colores, incluso lo que no hay y así, minuto a minuto, comienzan a emerger sentimientos, recuerdos, o quizás retazos de lo que usted es como persona.
Larissa del Río es psicóloga y cuenta que cuando diseñó su consultorio en la calle 93 con 19 lo hizo de forma muy intuitiva. «Sin imaginármelo creé un espacio de sanación. Me decían que ese lugar tenía algo especial. Ahí comencé a interesarme más por el poder de los espacios y los objetos en la vida de las personas».
Y con sus pacientes historias, facetas, trastornos. Una vez llegó a su consultorio una mujer. Su hija de 16 años no podía dormir, rechazaba el descanso en su habitación. Llamó la atención que la trataban como si fuese una niña pequeña, una niña en un cuerpo de mujer, alto, esbelto. «Descubrí que ella había dormido con sus padres hasta los doce años y llegó a presenciar muchos actos sexuales. Eso creó una relación insana con ese espacio».
A pesar de que decían hacerlo de una forma muy cuidadosa, la pareja sentía placer al sostener relaciones frente a su hija, y la niña generó de forma una especie de voyerismo. Todo fue inconsciente». Tuvo que hacerse un trabajo terapéutico para que la joven sanara su trauma. Cada uno debía asumir su rol y su espacio. Sus habitaciones fueron renovadas. Ninguno debía interferir en la vida del otro.
También ha tratado casos de parejas. Una de ellas fue con unos venezolanos. Por la situación de su país él terminó viviendo en Miami durante doce meses y ella llegó un año después. Durante ese tiempo la decoración de la casa estuvo a cargo del hombre. «Convivieron durante siete meses hasta que estallaron los conflictos».
Larissa escudriñó capa por capa en ese espacio en donde la mujer se sentía como una inquilina. «Al final lo que estaba enfermándola era una pared de color gris en la habitación marital. Ese tono implicaba recordar una relación amorosa en la que había sufrido mucho. Hicimos tangible lo intangible». Entonces escogieron una paleta de colores que los hiciera felices a los dos y poco a poco fueron solucionando sus problemas. Se logró un equilibrio. Afortunadamente ese caso no terminó en divorcio pues en épocas de cuarentena suelen manifestarse diferencias irreconciliables en las que no hay otra solución.
Larissa también ayuda a las parejas a crear espacios individuales en donde cada uno disfrute de los objetos, decoren a su gusto y que existan otros lugares con deleites compartidos como la sala o la habitación principal. «Yo tengo una herramienta que es buenísima para crear convivencia estética, se llama el 40, 40, 20. Consiste en que el hombre aporta el 40% del gusto o de los objetos, la mujer aporta el otro 40% y el 20% restante lo escogen juntos. Así se crea un equilibrio».
Tuve un caso de una mujer que limpiaba su casa como si fuera un castillo pero sufría mucho debido a que nunca lograba la perfección. Llegó la cuarentena y su miedo retornó y más grande
En estas épocas muchas personas han profundizado relaciones insanas con objetos, más aún, si hay como base un Trastorno Obsesivo Compulsivo (TOC). Por ejemplo, aquellos que tenían rituales numéricos de limpieza han empeorado en el confinamiento. «Tuve un caso de una mujer que limpiaba su casa como si fuera un castillo pero sufría mucho debido a que nunca lograba la perfección. Llegó la cuarentena y su miedo retornó y más grande». Claro, había un virus rondando en el ambiente y además, letal. «Su ritual se volvió más exagerado incluso con partes de su cuerpo». La terapia entre muchas otras cosas hizo que si la mujer lavaba cinco veces una naranja, pues la lavara tres veces más. Así, saturando este ritual, la paciente fue comprendiendo lo irracional de su comportamiento.
Y en esto de las relaciones insanas con los objetos no podían faltar los acumuladores. Y aquí aparece el caso de una mujer a la que sus familiares y conocidos solían regalarle cuanto objeto desecharan. Ella generó un miedo a hacer sentir mal a sus familiares o amigos. No sabía decir no. No quería hacer sentir mal a sus seres queridos. «Yo le hice una asesoría de psicología de espacios para hacer la depuración. Fue un proceso súper largo porque su casa estaba llena de libros, lámparas, de todo lo que los otros no querían», contó Larissa.
El cuarto de la paciente logró convertirse en un espacio de descanso y no en una biblioteca vieja, se donaron libros y se reacomodaron objetos. «Lo que pasa en muchas casas es que los lugares no cumplen con los propósitos reales. Hay que trasladar las cosas a donde realmente corresponden y así revitalizar los espacios».
Fue como si se abriera un telón para esta mujer. Estar en contacto con objetos que no eran suyos, con fotografías de personas que incluso se habían quitado la vida o habían muerto sin que ella pudiese hacer nada y la limitante de no saber decir no, la estaban sumiendo en una depresión. Al final pudo decir: no las quiero, gracias.
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