David Cameron estaba bien informado, desde la embajada británica en Buenos Aires le habían pasado el dato preciso: Javier Milei, el nuevo presidente argentino, difícilmente se resistiría a un estímulo en una red social. En este caso, WhatsApp. El ministro de Asuntos Exteriores de Rishi Sunak entró entonces en acción, invitó al presidente a una reunión que debía ser solo de cancilleres y complicó a la política exterior argentina en un asunto medular, la reivindicación de soberanía de las Islas Malvinas.
Sucedió en Davos, pero en realidad sucede todo el tiempo. La pasión por las redes sociales de Milei está enloqueciendo a propios y extraños.
La prensa argentina contabilizó la actividad de Milei en X durante el sábado y el domingo del último fin de semana desde Estados Unidos: ocho horas y 19 minutos, 1.491 likes y 754 retuits, además de sus propios posteos. «En una semana llegó a `publicar’ más de 3.000 posteos y el 97% de sus intervenciones son retuits», destacó La Nación. El promedio desde que gobierna es de 73 mensajes diarios.
Y no lo hace un community manager: el que maneja el Twitter de Milei es Milei.
El presidente debe frenar su «furia tuitera» reclamó en plena sesión parlamentaria un diputado de la oposición dialoguista. Maximiliano Ferraro está tan desconcertado como el resto del arco político: al inquilino de la Casa Rosada, edificio que en realidad pisa solo dos veces a la semana, casi no se le escucha la voz en el mundo real, no se lo ve en actos públicos. Habla en cambio con mucha fuerza en las redes sociales, desde las que sigue calificando de «casta», «parásitos» y epítetos peores a los mismos diputados con los que debe negociar las leyes fundamentales de su Gobierno.
«Milei es un apasionado, y sus seguidores en redes le reconocen eso», dijo a EL MUNDO Lisandro Bregant, especialista en narrativa y comunicación. «Ese es su mayor capital. Y su comportamiento digital da cuenta de no traicionar a sus seguidores. De mantenerse en cierta forma como uno más de ellos, incluso siendo presidente de la nación».
La pasión de Milei incluye calificar de «dictador asesino» a un homólogo como el presidente de Colombia, Gustavo Petro, en un brevísimo vídeo ideal para la viralización en redes o amenazar a los parlamentarios que trataban la ley ómnibus que está en vías de ser aprobada, aunque con muchas modificaciones: «Es hora de que los representantes del pueblo decidan si están del lado de la libertad de los argentinos o del lado de los privilegios de la casta o de la república corporativa».
A diferencia de la enorme mayoría de los líderes políticos o personajes públicos de primera línea, Milei se ocupa de sus redes sociales él mismo. Es él quien entra en Twitter para darle Me gusta a un número asombroso de mensajes, muchos de ellos de altísima agresividad hacia sus adversarios políticos. Es él mismo el que escribe y remata casi siempre con el «¡Viva la libertad carajo!» que también sonó en Davos, donde celebró las views de su discurso, superiores a las de cualquier otro orador en la historia del Foro Económico Mundial.
Es Milei quien scrollea, lee, elige, decide y sube historias a Instagram. Las que ve y las que le hacen llegar. Solo TikTok está tercerizado, en teoría aún en manos de Iñaki Gutiérrez, el responsable de redes sociales, de solo 22 años, que duró un mes en el Gobierno: subió un saludo de fin de año junto a su novia y luego replicó la historia en el perfil de la Casa Rosada. Demasiado, incluso para Milei, que días atrás, en Jerusalén, tomó un dibujo en el que aparece caracterizado como Terminator, mientras le dedica un «detectado» a los sindicalistas, gobernadores y diputados.
«Casta a la vista, baby», se completa el cartel con un mensaje inequívoco: Milei quiere eliminar a sus adversarios. Aunque lo cierto es que no es Terminator.
«¡Hay que ponerle control parental al celu de Javito!», ironizaba días atrás la señal de noticias C5N, cercana al kirchnerismo. El celu es el celular, el móvil. Fascinados con la incontinencia del presidente con el celu, desde C5N se burlaron de Milei: «¡Estás cayendo en todas las fake, Javo!».
Se referían al ataque que lanzó el presidente al gobernador de la provincia de Buenos Aires, el peronista Axel Kicillof. En un extenso texto, MIlei se subía a un post de la cuenta @kicilloveok y se burlaba del gobernador, economista como él, aunque en las antípodas de su pensamiento: «Me parece que exageró en el cariño a la parte mala de la biblioteca, esa que no es parte de la solución».
El problema era que el presidente le estaba escribiendo a una cuenta fake, una cuenta paródica con solo 5.630 seguidores. MIlei no se arredró, tomó el mensaje enviado a la cuenta falsa y lo envió mencionando la correcta: «Se lo remito para que esté al tanto, gobernador».
Son decenas y decenas de tuits, me gusta y retuits diarios decididos y ejecutados por el hombre a cargo del octavo país más grande del mundo, de un miembro del G20. De un país en una profunda crisis económica y social. Uno de los últimos, un posteo en el que alguien define al radicalismo, partido clave de la historia argentina, como «la putita del peronismo». Y Milei le dio like.
La semana pasada, el Gobierno de Milei anunció el cierre del Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi), alegando que «no sirve para nada» y es un nido de kirchneristas que cobran sin trabajar. Días después, en el cénit del enfrentamiento del presidente con Ignacio Torres, el gobernador de la provincia patagónica de Chubut, Milei reposteó un tuit en el que Torres, de 35 años, aparecía como un niño en medio de una escena que sugiere una violación. En otro tuit, Torres aparece con rasgos de síndrome de Down. Milei, que se burla del gobernador, lo llama «Nachito» y dice que es incapaz de leer un contrato, validó esa imagen con un like.
En otros mensajes compartidos por Milei, el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, con el que no se habla, aparece como socio de la organización terrorista Hamas.
El presidente es «super respetuoso», aseguró el portavoz presidencial, Manuel Adorni.
«Yo creo que hay que pedirle al presidente que pare con los tuits», escribió la periodista Silvia Mercado en la red social X.
«Yo creo que hay que pedir a algunos periodistas que dejen de ser tan mentirosos…», respondió Milei. «¿Acaso viola el derecho a la vida, a la libertad o la propiedad usar X? Hay que ser muy autoritario para pedir que no pueda expresarme por mis redes ante tantos periodistas que mienten».
Nada frena a Milei, que a sus 53 años da forma a un discurso fragmentado, por momentos caótico y profundamente informal, aunque coherente y persistente en lo ideológico: en su reciente vuelo a Israel, vía Roma, el presidente argentino siguió con la «furia tuitera» desde la clase ejecutiva de ITA, la aerolínea italiana. Lo mismo hizo al volar a Estados Unidos: su vínculo con las redes sociales no se corta nunca. Allí nació y allí quiere seguir viviendo.
La obsesión por las redes y, sobre todo, la velocidad con que decide y ejecuta qué subir, qué comentar, elogiar y criticar, llevan a errores al presidente. Durante el trámite de la fallida ley omnibus, que el mileísmo identifica con la «libertad» para los argentinos, MIlei subió a Instagram un dibujo hecho con Inteligencia Artificial en el que un león (él) gigantesco junto al Congreso abre una jaula para «liberar» a miles de argentinos. El problema es que si se mira con atención el dibujo, las masas no están saliendo de la jaula, sino entrando en ella.
El círculo más estrecho del presidente argentino, un hombre profundamente desconfiado, es extremadamente pequeño. En medio de la ola de calor que azotó semanas atrás el país se lo vio trabajando en la Casa Rosada o en la residencia presidencial de Olivos con chupa de piel negra, muchas veces cerrada hasta el cuello.
«Algunas tesis suponían que debajo del abrigo había un chaleco antibalas», señaló La Nación, que asegura que en realidad Milei trabaja con el aire acondicionado puesto a niveles árticos en un despacho que es «una especie de fortaleza, con las ventanas cerradas, sin luz solar».
Milei sigue siendo en buena parte un enigma para los argentinos, aunque son cada vez más los alarmados por sus arranques de ira. «Es como si estuviera gamificando su Presidencia», destaca un agudo observador que prefiere no ser identificado. «Es como si gobernara con un casco de visión virtual, como en aquella película, Ready player one».
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