En febrero de 2009, a unos 800 kilómetros sobre Siberia, se avecinaba un desastre. El satélite ruso Cosmos-2251 estaba en curso de colisión con un satélite de comunicaciones operado por la empresa estadounidense Iridium. Esto era el resultado del cada vez más mayor tráfico espacial que representa una amenaza a la Tierra. Los dos objetos, cuyos caminos orbitales formaban una gigantesca X sobre el planeta, estaban cada vez más cerca de chocar.
Por el violento choque, los satélites se despedazaron en miles de fragmentos. Los dos objetos viajaban a una velocidad relativa de más de 35.000 kilómetros por hora.
Este incidente, que pasó desapercibido, dejó un legado duradero. Los restos del choque de Cosmos-Iridium han planteado riesgos de colisión para otros satélites desde entonces. Durante décadas, países y empresas han lanzado satélites, los han dejado en órbita mucho después de que están fuera de uso y han abandonado cohetes gastados y fragmentos de otros choques pasados.
En la órbita terrestre baja, donde los satélites están más cerca de la Tierra, la acumulación de basura espacial plantea un riesgo de colisión, y miles de satélites activos deben evitar tanto los desechos como otros satélites, revela un artículo en Coda Story escrito por Sarah Scholes.
La situación empeorará con la creciente actividad espacial. Recientemente, una nave espacial india y una rusa intentaron aterrizar en la Luna, lo que augura una nueva carrera espacial y la posibilidad de generar más basura espacial.
Las colisiones espaciales aumentarán a medida que el tráfico de satélites y naves espaciales activos se intensifique. El panorama en el espacio es cada vez más problemático, ya que el número de satélites activos en la órbita terrestre aumentó significativo de 1.000 en 2009 hasta casi 7.000 en la actualidad.
Los riesgos de colisión de satélites en el espacio generaría caos en el planeta. Por ejemplo, si ocurre un desastre con satélites de GPS, no habría sistemas de navegación y las aeronaves, drones e incluso algunas armas como misiles se verían desorientadas. También generaría caos en los miles de buques trasatlánticos que lo utilizan para navegar de una forma más eficiente. Además, una caída del GPS colapsaría otras industrias que son esenciales.
Todo esto sin contar lo que podría ocurrir si dejaran de funcionar los satélites de comunicación, lo que ocasionaría caos en el tráfico aéreo y marítimo, y también afectaría las actividades militares o zonas de conflicto donde las personas se encuentran aisladas. Además, se perderían datos clave para el pronóstico del tiempo, que haría difícil alertar sobre fenómenos naturales como huracanes. También dificultaría la recopilación de información para la lucha contra el cambio climático, o para otras actividades como la agricultura, la minería o la pesca ilegal.
Tras el choque de los satélites ruso y estadounidense, Estados Unidos comenzó una campaña para que eventos como este no se vuelvan a repetir, esto incluyó la cooperación con gobiernos extranjeros. Por el momento, existe solo un entramado de regulaciones en el ámbito de la “gestión del tráfico espacial”.
SpaceX, conocida por su red de satélites Starlink, ha evitado hasta ahora cualquier colisión grave gracias a su capacidad para maniobrar sus satélites y alejarlos de posibles peligros. Sin embargo, se ha visto involucrada en numerosas alertas de acercamiento cercano, conocidas como “alertas de conjunción”.
Actualmente, con 4.000 satélites en funcionamiento, las ambiciones de SpaceX están lejos de cumplirse. El plan inicial incluye desplegar 12.000 satélites, con una posible constelación final de 42.000. Estos satélites proporcionan servicios de internet y comunicación esenciales, especialmente en regiones remotas y zonas de conflicto, aunque de manera intermitente.
A medida que SpaceX lanza más de sus satélites Starlink, se enfrenta a un escenario desafiante. Las estimaciones sugieren que una vez que se despliegue por completo el conjunto inicial, la compañía podría verse implicada en hasta el 90% de todas las advertencias de colisión.
El dilema radica en expandir la infraestructura satelital para mejorar las conexiones terrestres, al tiempo que se pone en riesgo esas mismas conexiones. Para mitigar este riesgo, puede ser necesario establecer coordinación internacional y marcos regulatorios para garantizar que las constelaciones de satélites coexistan de manera armoniosa sin poner en peligro servicios vitales.
En octubre de 2022, la Estación Espacial Internacional (ISS) se vio obligada a tomar medidas evasivas para esquivar un fragmento de basura espacial de un satélite ruso que fue destruido por una prueba de misiles antisatélite ampliamente condenada en 2021.
En noviembre de 2021, los astronautas a bordo de la ISS se vieron obligados a refugiarse en su nave espacial de transporte cuando la estación espacial pasó incómodamente cerca de materiales en desuso. Además, la ISS tuvo que disparar sus propulsores para maniobrar fuera del camino de un satélite de imágenes de la Tierra.
Ante esta situación, un grupo de científicos ha pedido un tratado jurídicamente vinculante para garantizar que la órbita terrestre no sufra daños irreparables por la futura expansión de la industria espacial mundial.
En un artículo publicado en la revista Science, un grupo internacional de expertos en tecnología de satélites y contaminación por plásticos en los océanos afirma que esto demuestra la urgente necesidad de un consenso mundial sobre la mejor manera de gobernar la órbita terrestre.
Esto ocurre en la misma semana en que cerca de 200 países acordaron un tratado para proteger el Altamar, tras un proceso que demoró 20 años. Los expertos creen que la sociedad debe aprovechar las lecciones aprendidas de este tratado que involucra los océanos, a otro que proteja el espacio.
La situación es tan apremiante, que las estimaciones del crecimiento de la industria aeroespacial son exponenciales. Se prevé que el número de satélites en órbita aumente de los 7.000 actuales a más de 60.000 en 2030, y las estimaciones sugieren que ya hay más de 100 billones de fragmentos de viejos satélites sin rastrear dando vueltas por el planeta, según advierten los científicos en un artículo publicado ayer en la revista Science.
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