Una de esas preguntas que odiamos tanto los padres como los maestros es la que nos interpela desde diferentes direcciones: de los padres a los maestros, de los maestros a los padres, y de la sociedad al Estado y del Estado a los investigadores. ¿Por qué no se lee? ¿Qué hacer para que los chicos lean?
Posiblemente porque no tengamos una respuesta cerrada, o porque lo creamos o no, es un tema que también nos preocupa y simplemente no tengamos ni idea sobre cómo empezar a responder. Si dejamos de lado el mito y el saber popular que dice que cada vez estamos más alejados de la cultura (y lo reformulamos por “cada vez estamos más alejados de las formas tradicionales de producción y transmisión del conocimiento”), quizás sea más oportuno preguntarnos: ¿Cómo trabajar para tener una generación que transite de manera más amigable el camino de la lectura?
Dicen que los chicos aprenden de lo que ven más que de aquello que escuchan. Tal vez sea cierto. Y tal vez, -con entonación de misterio- que aquello que ven, los contagia.
Los padres les repetimos hasta el cansancio que hay normas de urbanidad, buenas costumbres y bla bla bla mientras estacionamos sobre una rampa de discapacitados, dejamos el plato sucio en el lavaplatos hasta el otro día y luego nos molestamos con ellos cuando no recogen la taza después de usarla. El doble discurso forma parte de nuestra vida. Aunque muchos discutamos que ese aparente doble discurso corre por los mismos caminos que las contradicciones que como seres humanos tenemos.
Mucho se dijo y se escribió en torno a las nuevas formas de leer y sobre el consumo juvenil de historias y lecturas. si bien ese es tema de otro apartado, empezaré por desandar la generalidad señalando que desde que el mundo es mundo nos acecha el tema de ir perdiendo los valores que socialmente se entienden por deseables, aquellos que el canon vitorea como el pináculo de la evolución. Uno de ellos es que la formación y el acervo cultural está protegido en una sociedad más amiga de la lectura. Eso es cierto pero no tanto. Es necesario pero no suficiente.
Si tomamos el toro por las astas, bañándonos en un lugar común de aquellos de los que queremos huir cuando lo hacemos consciente, podemos empezar a pensar en la historia micro, más que en el pantallazo general, tal como las abuelas hacían en la cotidianeidad.¡Estaban tan de moda las historias mínimas o las de la cotidianeidad de la gente común para dar ejemplos en boca de nuestras abuelas!
Por ejemplo, cuando tuve hijos y, como la mayoría de las madres, no sabía qué hacer con ellos para satisfacer todos sus deseos. Mis amigas no tenían hijos, mis hermanas los habían tenido hacía 20 años, y las referencias que recordaba de mi propia infancia estaban mediadas por la fantasía que ponía en juego cada vez que jugaba con la casita de Barbie.
Tuve que empezar a descubrir y construir a la madre que sabía que habitaba en mí. Una de las cosas que hice en ese momento fue trasladar una práctica habitual en mi trabajo de editora, al formato familiar: cada vez que teníamos que armar una producción de moda o deco y no teníamos ni idea de qué hacer o qué inventar para que, además de cubrir las necesidades del cliente, saliera linda y original, solíamos buscar referencias.
Es decir, armar una especie de collage de otras fotos de donde tomáramos inspiración: colores, formas, estilos, posiciones, posturas, combinaciones, ideas que quisiéramos transmitir. Entonces armábamos un collage de referencias para dar con un camino posible para llegar a la construcción de la producción propia.
Ahora que me pongo a pensar en este tema y relaciono un concepto con otro, veo la similitud en la estructura. Advierto que ir armando ese collage maternal es un camino para ir buscando la propia identidad como madre, y trazar, aunque siempre con tropiezos, un plan de lo que nos gustaría ser, hacer o favorecer. Cuando mi terapeuta de ese momento me dijo “andá a la plaza y mirá lo que hacen las otras mamás”, hubo una búsqueda de referencias para mi propia foto. Ese ejercicio me sirvió para ver imágenes a las que quería parecerme y también muchas otras que quería transmitir y algunas además, de las que me quería alejar.
Los hábitos se aprenden y se enseñan y la lectura y la adquisición del conocimiento, también. Porque está más cerca de ser una conducta emparentada con una sucesión de acciones que conforma un proceso adquirido que una imposición o norma a cumplir. Nadie va a ser feliz por decreto, así como nadie va a leer por obligación. Bueno, tal vez lea por obligación en su etapa formativa con la zanahoria de la nota como recompensa, pero eso nada tiene que ver con fomentar el hábito lector que deriva en disfrute y escalado en los niveles de pensamiento cuando se elige frente a otras actividades por preferencia.
La lectura es una conducta o un proceso de decodificación de signos y asignación de significantes, impreso de un sentido e inmerso en un contexto que transmita una idea. Y, a su vez, que permita tener ideas sobre las ideas es fruto de una secuencia -natural o artificiosa- en la producción de un sujeto lector.
¿Qué entendemos por lector? Aquel que toma la lectura como un momento de disfrute y desafío sobre el cual construir nuevos pensamientos, nuevos aprendizajes. Leer a secas, leemos todos. Decodificamos permanentemente signos y símbolos que nos permiten ubicarnos con el GPS, evitar caer en un pozo. Leemos las cartas y la borra del café. ¿Eso nos transforma en lectores? ¿Qué es lo que nos transforma en lectores?
La intención de entrar en ese contrato entre el autor y el lector; de creerle a priori el mundo que nos va a presentar. Hay un momento de tácita aceptación que permite entrar en el juego, o salir a la cancha a la negociación de significados, por medio del cual ese libro nos va a transmitir una historia, una idea, una sensación. Nos invita a una experiencia de una vida que no es la nuestra, pero que vivimos por un rato.
La mejor forma de producir lectores es generar un contexto donde la actividad de la lectura sea posible. El reclamo de los padres a los maestros y viceversa se desarma cuando los docentes preguntan a los padres si hay bibliotecas en casa y si los libros están al alcance de los chicos. Si visitan librerías y si leen juntos o separados.
Aquellos niños que no ven leer a sus padres y no los intuyen disfrutar con la lectura, difícilmente sientan el deseo de atravesar por la experiencia. Cuando un adulto significativo dice algo en contra de los libros o, por ejemplo, “¡qué embole leer!”, lo más probable es que este sentimiento de asociación en torno a la lectura sea imitado o reconocido como poco deseable.
Así como escuchamos salir de nuestra boca las mismas palabras que odiábamos escuchar decir a nuestros padres, legamos a nuestros hijos los prejuicios, los gustos, los hábitos. El contexto que generemos a nuestro alrededor será el principal responsable en la formación de hábitos y conductas en nuestros hijos.
De la misma forma en que cuando les pedimos que se laven los dientes no puedo dejarles el dentífrico en el último estante donde ellos no alcancen ni con un banquito, si en casa no hay libros ni portadores de texto, si no hay referencias lectoras en la familia, o si siempre preferimos la pantalla a la lectura, lo más probable es que esas conductas sean las que prevalezcan en mis ámbitos de convivencia.
10 consejos para favorecer la lectura de los más chicos
Es importante mencionar algunas condiciones necesarias, aunque no suficientes, para generar contextos que favorezcan la lectura. Cuidado, que la obviedad no los asuste, juro que muchas veces estuve en medio de la siguiente charla:
-Seño: ¿cómo puedo hacer para que mi hijo lea más?
– ¿qué libros tiene en su casa?
-no, casi ninguno porque no le gustan…
Aquí, diez claves a tener en cuenta para empezar el hermoso camino de la lectura:
1. Tener libros en disponibilidad: esto implica que haya en casa y a la mano, material de lectura. Lo mas posible, al alcance de la mano y variado.
2. Compartir lecturas en familia, esto es: proponer una cita diaria o semanal sólo para la lectura, la hora bookfriendly.
3. Visitar juntos la librería más cercana, con asiduidad. Elegir juntos un libro y escuchar las recomendaciones de los libreros sobre novedades.
4. Proponer una tarde de turismo aventura en alguna de las grandes librerías y armar una lista de 7 maravillas a encontrar: por ejemplo, el libro de título más largo, el de tapa más loca, el más pequeño, el título más corto, el de mayor cantidad de páginas, etc. Gana el que complete el reto más pronto con todos los puntos realizados. Ojo: También juega el adulto responsable que los lleva a la librería.
5. Buscar material afín con los gustos de la casa o la familia, por ejemplo las mascotas, los perros, gatos, monos.
6. Ampliar la oferta de material de lectura, no tener en cuenta sólo la ficción. Podemos también incluir materiales de no ficción que aporten datos interesantes: enciclopedias ilustradas, de curiosidades.
7. Asistir a jornadas de narración oral de cuentos, aprovechar en cada feria del libro los espectáculos y las propuestas de las bibliotecas barriales que siempre tienen actividades en este sentido.
8. Proponer la lectura conjunta de alguna novela gráfica de aventuras, la configuración texto e imagen generan la ilusión de un texto menos pesado y por ende una excelente puerta de entrada para la lectura.
9. Armar ruedas de historias, cada tanto, contamos lo que nos llamó la atención de algo que hayamos leído ese día: puede ser una noticia por internet o la etiqueta del shampoo. Armar una historia entre todos los participantes de la rueda enlazando las diferentes lecturas.
10. Asistir con asiduidad a eventos en donde la lectura y los libros tengan un rol importante, si nosotros como adultos valoramos el rol de la lectura y el libro, seguramente podremos contribuir a que ellos tengan un lugar en el corazón de nuestros niños.
*Marcela Aguilar es profesora especializada en LIJ, psicopedagoga especializada en Didáctica y Constructivismo FLACSO y gestión de Trayectos editoriales.
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