Luiz Inácio ‘Lula’ da Silva asume este domingo por tercera vez la presidencia de un Brasil que -a diferencia del gigante latinoamericano que avanzaba con paso firme a comienzos de siglo, cuando el socialista se instaló por primera vez en el Palacio de la Alvorada- ahora parece resquebrajarse como consecuencia de una sociedad cada vez más polarizada.
Por VOA Noticias
El clima en Brasil se ha ido enrareciendo desde que la crisis económica comenzó a azotar al país, en 2013, cuando un aumento de las tarifas del transporte público provocó una ola de protestas con la que millones de ciudadanos culpaban directamente de la situación un gobierno -por aquel entonces liderado por Dilma Rousseff- envuelto en casos de corrupción y que había hipotecado al país con la organización de un Mundial de Fútbol y unos Juegos Olímpicos en apenas dos años.
“El Partido de los Trabajadores, que quedó más manchado por la corrupción que el propio Lula, debe navegar por aguas traicioneras: no se le puede ver dirigiendo el país», comentó recientemente a la Voz de América Lauri Tähtinen, asociado sénior del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, una organización sin fines de lucro de investigación de políticas en Washington.
«La última vez, desde 2003 hasta 2013, el gobierno del PT se benefició de los altos precios de las materias primas y la creciente demanda china”, precisó
En 2016, volvieron a repetirse la protestas contra el gobierno del Partido de los Trabajadores (PT), ya enmarañado en el escándalo Odebrecht. Finalmente, Rousseff fue destituida y su puesto fue ocupado por Michel Temer, hasta entonces vicepresidente; pero en realidad, fue otra la figura que comenzó a cobrar relevancia en esos días: Jair Bolsonaro, por aquel entonces diputado y, hoy presidente saliente del país.
Cuatro años de antagonismo
Bolsonaro acabó ascendiendo a la presidencia en 2019. Apenas unos meses antes, en abril de 2018, Lula se había entregado a las autoridades, tras haber sido condenado por corrupción y lavado de dinero. Finalmente el Tribunal Supremo acabó anulando la sentencia por irregularidades en el proceso judicial, y en 2021 se retiraron todos los cargos.
El conservador Bolsonaro y el progresista Lula son, además, dos figuras antagónicas que se han enfrentado en infinidad de asuntos, entre ellos las políticas sociales, el medio ambiente, las legitimidad de las instituciones, las relaciones exteriores y hasta el combate a la pandemia.
A lo largo de su presidencia, Bolsonaro ha potenciado la explotación de la Amazonía, reducido el gasto social, puesto en duda la gravedad de la pandemia y liderado campañas de desinformación, la última de ellas, en torno a la legitimidad de los comicios presidenciales. Tras haber intentado impugnar los resultados sin éxito, aún no ha concedido la derrota, si bien ha dado comienzo al proceso de transferencia de poderes.
En las últimas semanas Lula ha llamado a respetar las instituciones y a defender la democracia, además de designar a Marina Silva como futura ministra de Medio Ambiente, con el claro propósito de frenar la deforestación de la Amazonía, que se ha incrementado en torno a un 60 %, según datos del Instituto Nacional de Investigaciones Espaciales (INPE).
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