Hay un Londres de luto. Y otro que no lo está. Y hay un Londres que no atina a imaginar el futuro con un rey nuevo, porque todavía no alcanzó a sentir nostalgias de la reina muerta.
El jueves 8, cuando murió Isabel II, con enorme decoro, hay que decirlo, los pubs, las discotecas y los clubes privados de la vieja capital permanecieron abiertos aún a pocas horas del anuncio. Abiertos, es nada: abiertos y colmados. Ni duelo, ni nostalgia, ni temblores: es la economía, estúpido. Y algo más. Y una semana después de la nefasta buena nueva, que a la vieja usanza dieron a conocer, también, los emisarios del reino, y cuando casi toda la ciudad se había lanzado a las calles para ver el cortejo fúnebre, los apenados miembros de la familia real y esperaban horas para ingresar a Westminster Hall y rendir su homenaje personal, íntimo y privado a su reina, los pubs, las discotecas y los clubes privados de Londres seguían abiertos y desbordados.
A la vera de Oxford Street, dos pubs, “Duke of York” y “Bonds” se disputaban los clientes el jueves a pata suelta: todos en la vereda, todos con una pinta de cerveza en la mano y un par más en el coleto, todos a grito destemplado. Lo de la vereda era porque la noche lo pedía, son las últimas cálidas que quedan. Después, el otoño inclemente los va a acovachar en el interior.
“Todo va a seguir igual. Esto es el imperio, viejo”, dijo uno de los bebedores nocturnales. Ironizaba, sabía que ironizaba y quería que se supiera que sabía que ironizaba. Nadie acierta a dar un perfil del nuevo rey, Carlos III. Al menos un perfil que sea bueno, creíble, al menos. Lanzan sí, irreproducibles burradas de vestuario, los dos pubs desbordaban testosterona pese a algunos estrógenos, cerveceros y seguidores, que les evitaban mejores definiciones. No es que no conozcan demasiado al nuevo rey; da la impresión de que sí conocen muy bien al viejo príncipe.
Hay dos preguntas que los londinenses, y acaso el resto de los británicos, no saben responder hoy, cuando Isabel II no ha sido sepultada. Qué va a ser de Inglaterra con Charles y qué va a ser de los británicos sin su reina. Y viceversa. “La monarquía permanecerá”, -dijo casi asustado Henry Mance, un ingeniero químico especialista en aditivos para lubricantes, signifique esto lo que fuere. “Las cosas van a ser diferentes y todos vamos a necesitar adaptarnos. Yo pienso más en William que en Carlos. Por supuesto, larga vida al Rey, pero él no va a reinar los años de su madre, así que mi atención está en su hijo”.
El ingeniero agradece que el hotel le haya respetado el precio de su reserva, faltaría más. Los rumores juran que hoy, una habitación en cualquier hotel de la ciudad no baja de mil libras la noche. Más bien, duplica y más esa cifra. Londres también está desbordado. Los londinenses han salido a las calles y el resto del mundo ha llegado a la ciudad. Mientras, en el pub de la esquina sirven otra copa.
La muerte de la reina sorprendió a todos, incluso a su familia. Siguió un breve estado de parálisis, de ¿qué hacemos ahora?, que permitió a las discotecas tomar sus propias decisiones ya que otros no las tomaban por ellos, y sin saber cómo iba a reaccionar la clientela. Uno de esos boliches, con DJ argentino, recibió una sugerencia oficial, si eso existe, del Inception Group, una empresa dueña de clubes y pubs de la ciudad. Decía que los locales debían abrir, pero que se debían evitar en presentaciones y locuciones toda referencia a reyes, reinas y monarquías, cosa de no herir las almas buenas y sembrar una semilla de provocación, o algo parecido. También se dispuso no pasar música del inolvidable grupo “Queen” y fue quitada de la lista de música bailable “Dancing Queen”, casi una reliquia de ABBA que es una obra muy pedida en esas discotecas. Y así sería hasta el final del funeral y con su majestad ya sepultada en el castillo de Windsor. El club de la inusual medida se llama “Maggie’s” por dos razones, una derivada de otra: en homenaje a la ex primer ministro del reino, Margaret Thatcher, y a la música que allí brilla y enhebra los espíritus, toda de la década del 80. Una curiosidad, en los baños de “Maggie’s” se escuchan los largos y apasionados discursos de la Thatcher. No se sabe si es homenaje u opinión, pero allí queda.
Marcya Waisburd, que trabaja, duro, para mantener su pequeña empresa de cosméticos Soy una gota de agua en el desierto es de las que no sabe qué va a ser de los ingleses sin su reina. “Creo que mucha gente mayor, incluso la que no es tan mayor pero ronda mi edad, va a mirar a Buckingham y la va a ver a ella. Vamos a tardar en ver a Carlos en su lugar. Pero sabemos que es él quien está allí”.
Tampoco fue demasiado explícito el ex capitán de la selección inglesa de fútbol, David Beckham, que recibió de Isabel II su Orden del Imperio Británico en 2003. El tipo cayó ayer a las dos y media de la mañana al final de la larga hilera de seres humanos que aspiraban, y lograron, rendir su último homenaje a su majestad. Le pareció que, a esa hora, la espera sería corta. Por las dudas, traje oscuro y gorra, tiene cuarenta y siete años, llegó armado de paraguas, mantas agua, comida y paciencia. “Me equivoqué”, dijo resignado. Entró trece horas después, a las tres y media de la tarde del viernes y no pudo contener la emoción. Después no hablo ni de presente, ni de futuro. Recordó su paso por la selección inglesa y dijo a ITV News: “Cada vez que nos parábamos allí cuando vestíamos esas camisetas con los Tres Leones y yo tenía mi brazalete y cantábamos God save the Queen, sentíamos que significaba mucho. Siempre que lo hicimos fue algo especial. Sabía que este día iba a ser difícil; y es difícil para la nación, es difícil para todos en todo el mundo”.
El Londres enlutado carga con su pena, mientras el otro Londres sirve otra vuelta en el pub de la esquina. No son los únicos negocios abiertos. Todo el comercio de la ciudad mantuvo sus puertas abiertas porque el aluvión turístico manda. Muchos han enlutado sus vidrieras y han colocado una foto y unas líneas sentidas, incluso los comercios que han sido proveedores de la casa real, o a los que Isabel II visitó para comprar sus regalos navideños, cuando aquel mundo era otro mundo. Ted Barker, una casa de ropas, montó un escenario especial en una de sus vidrieras del 245 de Regent Street: un gran retrato de la reina muerta, iluminado con precisión de entomólogo y, a los pies, en la posición alerta y juguetona en la que lo fijó el taxidermista, un perrito corgi, los favoritos de su majestad. Las grandes casas de moda, las grandes marcas de belleza, los grandes emporios comerciales, hasta los más tradicionales como el viejo Harrod´s de salud eterna han dedicado una vidriera a su reina y siguen de puertas abiertas. Las cerraran, todos, el lunes, el día del funeral, que será también feriado nacional.
No para los pubs, ni para las discotecas ni para los clubes nocturnos que, por lo general, están cerrados los lunes. Pero el mayor grupo de pubs del Reino Unido ya anunció que va a mantener sus locales abiertos y sintonizar en sus televisores el funeral de la reina en Windsor, que será de noche, para honrar su figura. Eso dijo, sin ponerse colorado, el grupo Stonegate, que maneja cerca de cuatro mil quinientos locales en toda Inglaterra. “El fallecimiento de Su Majestad la Reina Isabel II es una ocasión trascendental y sombría”, dice un comunicado del grupo. “Nuestros pubs, bares y locales gestionados permanecerán abiertos y, en la medida de lo posible, mostrarán el funeral para honrar su vida y servicio y para que las comunidades se unan”, dijeron los dueños de la cadena de locales entre los que figuran dos de las cadenas de bares más populares: “Walkabout” y “Slug & Lettuce”.
Es muy gracioso. En palabras elegantes, el comunicado dice que nos vamos a zampar hectolitros de cerveza y de cuanto líquido contenga una razonable cantidad de alcohol y quede a mano, que cuando todo el mundo intente enfrentar su desconsuelo con entereza y reflexión, vamos a armar un alboroto jaranero de aquellos pero por respeto a su majestad, recordar su vida y unir a los espíritus. Hay que tener coraje.
Coraje va a necesitar el Londres enlutado que sabe que una época termina y no alcanza a saber cómo va a seguir. El resto, sirve otra copa aquí a la vuelta.
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