El 21 de marzo arranca operaciones el aeródromo de tres pistas tras dos años y 10 meses de construcción.
Las llantas de un avión tocarán tierra por primera vez en la inmensa pista de concreto del nuevo aeropuerto de México la mañana del próximo lunes 21 de marzo. Será la culminación del primer gran proyecto del Gobierno de Andrés Manuel López Obrador. Una apuesta de 2.600 millones de dólares que se ensambló –contra todo pronóstico– en dos años y 10 meses. Un aeródromo que busca desahogar el saturado tráfico aéreo hacia la Ciudad de México. Una solución, bajo la máxima de la austeridad, que nació de la cancelación del aeropuerto de Texcoco en 2019. Una terminal de pasajeros modesta acompañada de tres pistas para despegues y aterrizajes, administradas por una empresa estatal a cargo del Ejército.
En una mañana de febrero, los obreros trabajan todavía a marchas forzadas en detalles que no son menores: el montaje de la terminal de pasajeros y la construcción de los caminos para llegar hasta allí. Un grupo de pintores traza en los 4,5 kilómetros de una de las pistas las últimas marcas para el aterrizaje de los aviones. La visibilidad es parcial, pero permite localizar los elementos fundamentales del nuevo Aeropuerto Internacional Felipe Ángeles (AIFA): la torre de control, dos pistas para vuelos civiles, una pista para operaciones militares, la terminal, un hotel, el estacionamiento, la terminal de carga y los depósitos de combustible. A un costado del aeródromo puede verse la base aérea de Santa Lucía y una ciudad militar con el nuevo Museo del Mamut incluido.
El arranque de las operaciones incluirá ocho vuelos nacionales con pasajeros a Monterrey, Guadalajara, Cancún y Tijuana (entre despegues y aterrizajes), así como dos operaciones de carga internacionales procedentes de Estados Unidos. La tarea del AIFA será en los primeros meses de desahogo. Los administradores del aeródromo estiman que en el primer año 2,4 millones de pasajeros se movilicen a través de estas instalaciones. Un número menor considerando que el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (AICM) tuvo en 2021 un tráfico de 36 millones de pasajeros. El incremento de las operaciones será gradual. Aerolíneas como Viva Aerobús, Volaris y Aeroméxico ya se han apuntado para realizar algunas de sus rutas nacionales desde allí.
Para que el Felipe Ángeles pueda abonar a su oferta de vuelos rutas internacionales, el Gobierno mexicano espera en el próximo mes noticias de la Administración Federal de Aviación (FAA, por sus siglas en inglés) de Estados Unidos. La FAA rebajó en mayo de 2021 la calificación de seguridad aérea del país, de categoría 1 a la 2, tras una auditoría con 28 observaciones que no cumplen con los estándares internacionales de seguridad. Esto le ha impedido a las aerolíneas mexicanas abrir nuevas rutas hacia Estados Unidos u operar vuelos en código compartido con aerolíneas estadounidenses.
La saturación del AICM que alcanzó su límite de seguridad operativa en 2014, con 32 millones de pasajeros, llevó al país a plantearse un proyecto para el nuevo aeropuerto. El Gobierno de Enrique Peña Nieto anunció que construiría en Texcoco –a 25 kilómetros de la capital– el aeródromo: calculó un presupuesto de 13.000 millones de dólares y pidió al afamado arquitecto Norman Foster hacer el diseño. Cuando las obras llevaban un 30% de avance, en 2018, el nuevo presidente López Obrador detuvo la construcción, pagó 1.800 millones de dólares a los acreedores del proyecto y comenzó de cero. Un salto arriesgado para proponer que una parte de los inmensos terrenos de la Base Aérea de Santa Lucía –a 45 kilómetros de la ciudad– se transformaran en el nuevo aeropuerto. La apuesta del presidente se centró en financiar la construcción con el presupuesto nacional sin depender de deuda y puso la empresa en manos del Ejército.
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