Hospitales colapsados de norte a sur del país y enfermos graves con covid-19 trasladados en avión a miles de kilómetros de distancia en busca de una cama en una UCI.. es la imagen del Brasil de estos días. Pero el presidente Jair Bolsonaro continúa su agenda habitual, viajando por el país inaugurando carreteras o polideportivos. En esos viajes, en los que por supuesto casi nunca usa máscara, son habituales las aglomeraciones con sus simpatizantes, a lo que suele arengar disparando hacia todos los lados.
El jueves, en el estado de Minas Gerais para inaugurar una vía de tren, criticó a quienes le piden que compre más vacunas: «Hay idiotas en las redes sociales, en la prensa (diciendo) ¡compra vacunas! ¡Vas y se las compras a tu madre! No hay vacunas a la venta en el mundo», espetó, siendo fuertemente aplaudido. Poco después, en el estado de Goiás, cargaba contra las restricciones que están implantando los gobernadores de los estados para intentar frenar la propagación del virus. «Actividad esencial es toda aquella necesaria para que el cabeza de familia lleve el pan a casa, joder. ¿Por qué esa tontería de cerrar el comercio?».
En las últimas 24 horas, Brasil batió su récord de muertes (1.699) y contagios (75.102) y ya supera los 261.000 fallecidos, pero para Bolsonaro el sentimiento de alarma no está justificado: «Vosotros no os quedasteis en casa, no os acobardasteis. Tenemos que enfrentarnos a nuestros problemas. Ya basta de delicadezas, de ser quejica, ¿vamos a llorar hasta cuándo? Hay que respetar, obviamente, a los más mayores, a los que tienen enfermedades, pero ¿a dónde va a ir a parar Brasil si paramos? La propia Biblia lo dice, en 365 citas dice: ‘No temas'».
Además del colapso en los hospitales, en los últimos días, varias capitales brasileñas tuvieron que parar de vacunar por falta de dosis. La mayoría de las que se están usando en este momento en Brasil son las del laboratorio chino Sinovac que consiguió hace meses el gobernador de São Paulo, João Doria, principal rival político de Bolsonaro.
El presidente brasileño estuvo durante meses criticando las vacunas, poniendo en duda su eficacia y seguridad y llegando a decir que no quería problemas si alguien «se convertía en un caimán» después de inmunizarse. Bolsonaro dice que no hay vacunas en el mercado, pero hace siete meses, Pfizer ofreció a Brasil 70 millones de dosis y el gobierno miró hacia otro lado.
Ahora, el ministerio de Salud anuncia a toda prisa que tiene un preacuerdo para comprar 100 millones de dosis de Pfizer y 38 millones de Janssen, justo después de que el Congreso aprobara un mecanismo que permite que estados y municipios compren sus propias vacunas, para puentear la parálisis del gobierno federal. Brasil tendrá más vacunas, pero tarde y mal.
UNA NARRATIVA PARALELA
En sus inflamados discursos callejeros, Bolsonaro no tiene reparos en desinformar descaradamente: ayer, en pocos minutos dijo que la OMS no recomienda el aislamiento social, que no podía comprar vacunas porque dependía del aval del órgano regulador, que Brasil es uno de los países que más vacuna en el mundo y que la Justicia le retiró sus poderes para actuar en la pandemia.
De todas estas mentiras, la última es la más importante en la creación de su narrativa paralela. Al principio de la pandemia, el Tribunal Supremo Federal determinó que estados y municipios también podían aplicar políticas de lucha contra la pandemia, algo que Bolsonaro distorsiona frecuentemente para presentarse como un presidente maniatado, sin margen de maniobra: «Fui elegido para liderar Brasil, espero que ese poder me sea restablecido», se quejaba. El mensaje es claro: si el país va mal es porque los gobernadores hundieron el país con sus restricciones innecesarias o porque no supieron usar adecuadamente los recursos enviados desde Brasilia para reforzar los hospitales.
Al proyectar la imagen de un presidente sin poderes y culpar de todo a los gobernadores, Bolsonaro externaliza todas sus responsabilidades y regresa al discurso ‘outsider’ que le llevó a ganar las elecciones hace dos años, el del hombre común contra el ‘stablishment’. Todo el discurso negacionista y provocador está meticulosamente calculado para mantener activa a su base de seguidores más radicales, de los que no puede prescindir.
En los últimos meses, la popularidad de Bolsonaro se ha erosionado, pero no cayó estrepitosamente: aún mantiene un apoyo muy leal de alrededor del 30% del electorado. La clave es mantenerlos movilizados hasta las elecciones de 2022 y cruzar los dedos para que vuelva a funcionar la fórmula de la polarización extrema.
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