Cúcuta es una ciudad fronteriza de Colombia con Venezuela. Según Migración Colombia, 1,7 millones de venezolanos residen en el país. La mayoría de ellos, en situación irregular.
Hugo Alexander Echeverry Cano | Karen Sánchez | Voz de América
En las calles de Cúcuta es común ver, día a día, a inmigrantes venezolanos que para sobrevivir lo mismo cantan que hacen malabares, venden artesanías o bolsas de dulces. Otros simplemente piden una moneda para al menos comer y pagar el techo diario. A veces familias enteras -hasta con niños en brazos- se ven obligadas a buscar el sustento de un modo incierto.
Los semáforos, entonces, se convirtieron en teatros o tarimas para aquellos que como Jesús, Edward y Branyen, solo buscan la manera de subsistir, después de haber salido de su país a causa de la crisis política y económica que atraviesan desde hace varios años.
Jesús Manuel Camacaro -o como se ha renombrado, ‘The New Crack’- llegó a esta ciudad colombiana -fiel testigo de la inmigración venezolana-, proveniente de Barquisimeto, donde según él “nació el folclor (…) viene la música”.
Su pasión, por ende, es la música, pero la de la calle, la urbana. Contó a la Voz de América que arribó hace nueve meses, legalmente por la frontera, con los documentos necesarios.
“Vine a Cúcuta a buscar un mejor progreso. Ya saben que mi país está pasando por una crisis muy crítica y no podemos conseguir los recursos que en realidad podemos conseguir aquí, rapeando en busetas (vehículo de transporte público)”, explicó Camacaro a la VOA.
Dice que en las calles encuentra de todo: transeúntes y pasajeros que solidariamente les dan una moneda o comida, o los rechazan por su condición de inmigrantes; en algunas ocasiones, incluso sus propios compatriotas.
La música: el principal sustento
Aunque Jesús dice que es solista, casi siempre trabaja con su compañero, Branyer Morillo, proveniente del estado de Aragua de Maracay.
“Mi nombre artístico es ‘Doble B’. Me presento en Cúcuta hoy en día porque venimos a hacer un poco de cultura. Acá nos gusta mucho la cultura. Lo que se llama el hip hop, ya hace tiempo en Venezuela nos gustó mucho y quisimos venir. Y con esto es que vivimos día a día. Trabajamos, con esto nos buscamos para el arriendo, para la comida”, confesó Morillo a la VOA.
Habla con la mejor energía, con ilusiones, pero confiesa que deben pedir permiso a los conductores para poder cantar en los buses. Unos ayudan, otros se rehúsan por la pandemia. Siempre, dice él, lo importante es la educación. Saludar y despedirse.
“A mí me gusta rapear, improvisar, crislateal…. Me gusta mucho en la camioneta así, lanzar la rap-conciencia para llevarle un mensaje a la persona para que reaccionen un poco”, dice el joven venezolano.
Los conductores, quienes prefirieron reservar sus nombres, tienen opiniones divididas. Uno de ellos, consultado por la VOA, afirmó que “hay gente muy abusiva (…) A veces con una moneda le pegan a los carros o le echan agua o lo insultan a uno”, lamentó.
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