Muchos niños de familias damnificadas en el norte de Honduras se bañan en aguas pestilentes, aún estancadas, de las severas inundaciones que en marzo dejaron las tormentas tropicales Eta y Iota.
EFE
Efe pudo constatar entre las comunidades de Omonita y La Guadalupe, a lo largo de la autopista que lleva hacia las ciudades de La Lima y San Pedro Sula, momentos en que niños pequeños, no mayores de 10 años, hacen de las aguas estancadas y putrefactas una piscina, a la vista de sus padres.
AUMENTAN ENFERMEDADES POR AGUAS ESTANCADAS
«Hemos tenido un incremento de enfermedades gastrointestinales, porque quiérase o no, los niños pueden tragar un poco de esa agua», dijo a Efe el médico internista Manuel Merlo, del hospital público de la ciudad de El Progreso, cercana a Omonita y La Guadalupe.
Agregó que en el mismo nosocomio se han registrado, en menos de una semana, ocho casos de adultos con leptospirosis, dos de ellos conocidos hoy por él, mientras que la semana pasada llegaron seis.
Largos tramos sobre la mediana de la autopista están ocupados por miles de damnificados que dejaron las tormentas Eta e Iota, que en marzo, en menos de dos semanas, causaron descomunales precipitaciones que desbordaron ríos y quebradas en todo el país, con mayores daños en el occidente y norte.
Los damnificados han levantado campamentos con palos, plásticos y unos pocos con lonas, a la espera de que bajen las aguas estancadas y alguna ayuda que les pueda brindar el Gobierno para vivir en otro sitio, porque sus casas han quedado inhabitables.
Aunque del paso de Eta y Iota ya se cumplieron tres semanas, por las inundaciones que todavía se registran en el norte de Honduras, pareciera que los dos fenómenos naturales salieron ayer del país.
El día en los campamentos de damnificados transcurre entre los que se dedican a la «limpieza» de las pocas cosas que han rescatado a medida que bajan los niveles del agua sucia, que en algunas partes se están convirtiendo en lodillo, los que levantan más carpas y las mujeres haciendo comida, entre otras actividades.
En esa tarea de «limpiar» algunos muebles y electrodomésticos recuperados, hecha en su mayoría por mujeres, se usa el agua estancada a orillas de la autopista.
NADIE IMPIDE QUE LOS NIÑOS BAÑEN EN AGUAS QUE APESTAN
En muchos casos, los niños se bañan en el agua sucia, sin que sus madres, afanadas en quitarle el lodo a sus pertenencias rescatadas, se los impidan.
«No les pasa nada, todos los días se bañan allí, yo los cuido y les digo que no se metan a lo hondo porque se ahogan», dijo a Efe una de las mujeres en La Guadalupe que, a orillas del pavimento, lavaba una refrigeradora y otros muebles de cocina con el agua estancada que extraía con un pequeño recipiente de plástico.
Algunas niñas, muy pequeñas, emulando a sus madres, también «lavan» sus prendas de vestir que luego tienden al sol sobre lozas de concreto o asfalto que fueron arrancadas por las torrenciales lluvias que dejaron Eta e Iota, en las primeras dos semanas de noviembre, o en los palos que sostienen los plásticos de sus carpas improvisadas.
SE ESPERAN CASOS DE MALARIA E INCREMENTO DEL DENGUE
Merlo señaló que en las aguas estancadas las personas pueden contraer leptospirosis, causada por el contacto y mezcla de la orina y otros roedores que abundan en la zona, donde se cultiva caña de azúcar, bananos y otros productos agrícolas.
Dijo además que los casos de leptospirosis, que no son frecuentes en el país, se están disparando en varias regiones luego de las inundaciones que dejaron las dos tormentas tropicales.
«Otras enfermedades que tendremos son malaria y un incremento del dengue que transmite el aedes aegypti, aunque este insecto busca más aguas limpias», agregó el galeno.
Hasta ahora, en el Hospital El Progreso solo se han registrado muchos casos de diarrea y leptospirosis, pero Merlo no descarta que haya muchos de malaria y se disparen los de dengue.
En el caso del dengue, superan los 20.000 casos los registrados en 2020, según fuentes de la Secretaría de Salud.
NIÑOS TAMBIÉN SON UTILIZADOS PARA PEDIR Y CARGAR BULTOS
Ante las múltiples carencias que tienen los damnificados, muchos de los niños son utilizados por sus padres para pedir en las orillas de la autopista dinero o lo que quieran darles los conductores de vehículos, lo que también hacen adolescentes y adultos.
Las familias están atentas al arribo de vehículos que llegan a sus campamentos a donarles agua, comida y mascarillas, entre otras cosas. Muchos de los damnificados, niños y adultos, no llevan mascarilla para protegerse del COVID-19.
Corren cuando llegan pequeños camiones con alguna ayuda, y si son varios al mismo tiempo, los miembros de la familia, incluidos los niños, se dividen para ver si es posible conseguir un poco de todo lo que les llega.
Efe pudo ver el caso de un niño, delgado, y descalzo, que con mucho esfuerzo se puso en la espalda un saco plástico con 25 bolsas de agua y caminó varios metros para llevarla a la carpa donde vive con su familia.
Hay niños que comen fuera de las carpas de plástico, sentados al aire libre sobre troncos de árboles arrastrados por las lluvias, en sillas de plástico o el mismo suelo, respirando un aire que también apesta, en una zona donde los alrededores son letrinas sociales.
Las primeras inundaciones en el extenso y fértil valle de Sula se registraron el 4 de marzo, y a un mes del paso de Eta. Hay regiones del sector que siguen inundadas, como Omonita y La Guadalupe, donde viven centenares de familias de campesinos y obreros.
En el caso de La Guadalupe, situada a orillas de la autopista, el agua le llega a las rodillas a sus habitantes, entre quienes hay muchos que siguen sacando algunas de sus pertenencias que quedaron en sus viviendas, que en principio no eran notables por la gran cantidad de agua desbordada de los caudalosos ríos Ulúa y Chamelecón, entre otras fuentes hidrográficas.
Hay personas que ni siquiera saben si su casa la perdieron, porque las inundaciones también dejaron toneladas de basura, entre árboles arrancados de raíz, animales muertos, muebles de sala, vehículos y refrigeradoras, entre otras cosas, que les impide acercarse para saber si está en pie o fue arrastrada.
Merlo aseguró que lo que se viene por las inundaciones que dejaron Iota y Eta es un problema mayor para el deficiente sistema sanitario que tiene el país, que ya se había agravado por la pandemia del COVID-19.
«No escucharon al científico Salvador Moncada (hondureño que reside en Londres) que lo que se nos venía con Iota después de Eta era algo apocalíptico», apostilló el médico del Hospital El Progreso, al recordar recientes declaraciones del científico a Efe.
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