Ninguna previsión parece excesiva ante una amenaza invisible, pero recientes estudios sugieren la escasa eficacia de estos dispositivos en comparación con sus contraindicaciones. Pudiera tratarse, además, de un desperdicio de recursos más necesarios en otros espacios.
En el punto final de este párrafo, aproximadamente, caben más de 8.000 partículas infecciosas del coronavirus SARS-CoV-2. Enfrentar una amenaza para la vida humana, invisible hasta en un microscopio óptico corriente, implica retos no solo físicos, sino psicológicos.
Después de 95 días cerrados por la cuarentena, el lunes 15 de junio de 2020 reabrieron los centros comerciales en Venezuela. Medidas de prevención como monitores de temperatura corporal y distribución de gel antibacterial fueron habituales en la entrada de los malls. Pero quizás sorprendentemente, solo en unos pocos de ellos hubo cabinas de desinfección, dispositivos similares a los detectores de rayos X de los aeropuertos, pero provistos de rociadores de sustancias desinfectantes.
Las cabinas tampoco aparecían en un protocolo de reapertura que difundió la Cámara Venezolana de Centros Comerciales a finales de mayo de 2020, a pesar de que se han convertido en una visión frecuente en Venezuela durante la pandemia, promovidas especialmente por instituciones oficiales. Así lo muestra, por ejemplo, este tweet de la alcaldía José Ángel Lamas en Aragua, gobernada por el PSUV, publicado el 11 de junio:
Érika Farías, alcaldesa del municipio Libertador (Distrito Capital), anunció la instalación de «módulos de desinfección» en Coche y otros mercados municipales en la primera semana de cuarentena en Venezuela (17 de marzo de 2020). La empresa estatal de alimentos Industrias Diana colocó un «túnel de desinfección» para sus trabajadores (2 de abril de 2020). En la Autopista Regional del Centro, la gobernación de Carabobo roció con hipoclorito de sodio el exterior de los automóviles que llegaban del estado Aragua (13 de mayo de 2020). El mercado Las Pulgas de Maracaibo fue acometido por una operación militar de desinfección luego de la detección de un brote de coronavirus (26 de mayo de 2020), lo que no ha impedido 199 casos y ocho muertes hasta el 17 de junio de 2020, porque el virus ya estaba circulando mucho antes.
¿Medidas efectivas o efectistas?
Ninguna previsión parece excesiva ante un virus al que no podemos ver y que le ha costado la vida a más de 445.000 personas hasta el 17 de junio de 2020, según el mapa de la Universidad Johns Hopkins. El coronavirus SARS-Cov-2 —agente infeccioso de la enfermedad covid-19— no es eliminado por una sustancia desinfectante externa si una persona ya está contagiada, pero puede transmitirse entre personas a través de superficies. Sin embargo, la Organización Mundial de la Salud desaconsejó las cabinas de desinfección en una comunicación publicada el 16 de mayo:
«Rociar o fumigar espacios exteriores como calles, banquetas, corredores o mercados no es recomendado para remover o desactivar el virus SARS-Cov-2 u otros patógenos. Calles o banquetas no son consideradas rutas de infección. Incluso, los desinfectantes pierden su efectividad por el polvo u otros residuos (…) Es improbable que rociar productos químicos cubra toda la superficie o que la presencia de los químicos dure lo suficiente como para desactivar los patógenos. Esta práctica puede ser dañina física y psicológicamente y no va a reducir la habilidad de una persona infectada para contagiar el virus (…) El efecto tóxico de rociar con químicos como cloro a una persona puede derivar en irritación de la piel o problemas pulmonares por la inhalación, e incluso generar problemas gastrointestinales como nausea y vómito«.
En otras palabras, los efectos negativos podrían ser mayores que los presuntos beneficios. Las cabinas de desinfección, probablemente, entran en la categoría de las medidas de prevención que tienden a brindarnos una sensación psicológica de aparente resguardo o control sobre lo imperceptible. Por otra parte, las provisiones de agua, cloro o sustancias desinfectantes no son ilimitadas. Emplearlos indiscriminadamente pudiera ser un desperdicio de recursos más necesarios en otros espacios, por ejemplo, hospitales, residencias de ancianos y otros espacios cerrados en los que la carga vírica es mayor y tiende a ser más contagiosa, según investigaciones más recientes.
La OMS no está sola
La OMS, no obstante, lleva su propia procesión por dentro como institución de referencia global y ha sido cuestionada por su gestión de la pandemia, incluso dentro de su propia asamblea general. ¿Puede ser confiable su advertencia sobre las cabinas de desinfección, cuando antes ha desaconsejado el uso generalizado de tapabocas, ahora exigido por numerosos países no solo en el Lejano Oriente?
Pero no es el único organismo que le ha bajado el pulgar a estos dispositivos. “La aplicación directa (de sustancias desinfectantes) sobre humanos no cuenta con una evaluación de los posibles riesgos sobre la salud y posibles efectos derivados de la aplicación directa sobre las personas. El sostenimiento de estas medidas en el tiempo de la pandemia (…) hace que no sean costo-efectivas por el precio de los desinfectantes y el mantenimiento de las mismas”, advirtió por ejemplo el Ministerio de Salud de Colombia ya en abril de 2020, por ejemplo. Es totalmente falso, como anunció una publicidad en el país neogranadino, que las cabinas eliminen «99% de los virus» (verificación de Colombia Check).
«Si bien determinados productos utilizados por este tipo de mecanismos se encuentran inscritos ante esta Administración Nacional, su eficacia y seguridad está demostrada para el uso en superficies inertes distintas a las propuestas, no contándose con evidencia que demuestre su eficacia y seguridad para ser aplicados sobre personas con el fin de descontaminar para covid-19″, concuerda, por su parte, una comunicación oficial de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología Médica del gobierno de Argentina (28 de abril de 2020). La Contraloría General de Perú también desaconsejó la adquisición masiva de «túneles de desinfección» por parte de gobiernos municipales (2 de mayo de 2020).
Estados Unidos es el país con más víctimas fatales de coronavirus, por lo que, presumiblemente, sus instituciones de salud han adquirido alguna experiencia en el terreno sobre el manejo de la pandemia. Sus CDC (Centros de Control y Prevención de Enfermedades, por sus siglas en inglés) emitieron una guía actualizada de precauciones el 16 de junio de 2020 (en inglés). Las cabinas de desinfección no son recomendadas ni desaconsejadas, simplemente no se les menciona. Se sigue recomendando «limpiar y desinfectar rutinariamente» superficies que tocamos con frecuencia. En uno de los apartados de la guía se señala: «El virus que causa la covid-19 se propaga de manera fácil sostenible entre personas (…). En general, lo más cerca una persona interactúe con otras y más largo sea el tiempo de esa interacción, mayor es el riesgo de que se contagie la covid-19. Es posible que una persona contraiga la covid-19 tocando una superficie u objeto en los que se haya depositado el virus y luego tocando su boca, nariz y posiblemente sus ojos. Pero esta no es la manera principal en que el virus se esparce, aunque todavía estamos aprendiendo acerca de su propagación».
¿Es grave que un centro comercial, un mercado u otro tipo de espacios públicos carezcan de cabinas de desinfección en su entrada? No necesariamente. Aunque está por comprobarse de manera concluyente y ninguna medida de prevención parezca excesiva ante una enfermedad sin vacuna conocida, es probable que la relación costo-beneficio no justifique este tipo de dispositivos, y que además provoquen efectos secundarios indeseables y no despreciables en nuestra salud. Concéntrese en la disciplina de precauciones que hasta ahora —por unanimidad— parecen ser más efectivas, como mantener el distanciamiento social, utilizar el tapabocas y procurar una adecuada higiene de manos.
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