«Ni una menos nació ante el hartazgo por la violencia machista, que tiene su punto más cruel en el femicidio».
Por BBC
Así empieza la carta orgánica del movimiento «Ni una menos», publicada en su página web.
«‘Ni una menos’ es la manera de sentenciar que es inaceptable seguir contando mujeres asesinadas por el hecho de ser mujeres o cuerpos disidentes y para señalar cuál es el objeto de esa violencia», continúa.
Ese hartazgo hizo que el 3 de junio de 2015, hace cinco años, miles de mujeres en varias ciudades de Argentina salieran a las calles a protestar.
Y lo hicieron tras una sucesión de asesinatos contra mujeres que conmocionaron a la sociedad en ese momento.
«Nos están matando», escribió en ese entonces la periodista argentina Marcela Ojeda en Twiter. Y muchas otras colegas y mujeres de otros sectores se sumaron al repudio.
La última de esa serie de muertes fue la de Chiara Páez, una adolescente de 14 años que estaba embarazada y que falleció por los golpes que le dio su novio, Manuel Mansilla de 16 años, en Rufino, Santa Fe, en el centro de Argentina.
Su desaparición el 9 de mayo de 2015 conmocionó y movilizó a la ciudad de unos 20.000 habitantes que salió a buscarla por cada rincón.
Su cuerpo apareció al día siguiente enterrado en la casa de los abuelos de su novio luego de que él confesara el crimen. En 2017 fue condenado a 21 años y medio de prisión.
Pero ¿quién era Chiara Páez?
Activa, solidaria y cariñosa
Chiara tenía 14 años, cursaba segundo año del secundario y estaba embarazada de dos meses cuando fue asesinada en 2015.
«Chiara era muy activa, le gustaba jugaba al hockey y tenía muchísimo carácter», resume su hermana Romina, de 23 años, en una comunicación telefónica con BBC Mundo.
«Era chiquita cuando la mataron pero siempre tuvo una personalidad fuerte. Ella podía tener delante al papa Francisco y si tenía que decirle lo mismo que a mí, se lo iba a decir», se ríe mientras la describe.
Romina, que sigue viviendo en Rufino y trabaja como secretaria, cuenta que su hermana tenía una vocación solidaria.
Dice que la ayudaba a ella cuando colaboraba en una escuela de equinoterapia (terapia física y mental con caballos) con chicos con discapacidades y a la mamá de ambas en actividades en la iglesia católica Santísima Trinidad de la ciudad.
A ella «siempre le gustaba ayudar», cuenta.
Como con casi todos los hermanos, hay veces que las relaciones entre ambas se ponían un poco ásperas.
«En algunas situaciones éramos como perro y gato y en otras, por ejemplo, encontraba una carta que me había escrito», recuerda resaltado su lado cariñoso.
«Por ahí habíamos tenido una pelea fuerte y… es que estábamos en una edad (difícil) en la que ella recién empezaba a salir y yo tenía 18. Yo ya había pasado por todo lo que ella estaba pasando», detalla.
Romina cuenta que sus padres estaban separados por lo que en la casa eran ella, Chiara y su mamá, Verónica Camargo. Entonces, adoptó un rol protector sobre su hermana.
«Por ahí la veía que andaba en la calle sola, era chica con 14 años. Y viste acá en los pueblos como es la gente… entonces yo trataba de protegerla, de cuidarla», dice.
Madre joven
Romina cuenta Chiara había decidido tener a su bebé fruto de una relación de casi un año con Manuel Mansilla.
«Más allá de que seguía yendo al colegio secundario, ella planeaba estar con su bebé. Ella había decidido seguir con el embarazo», asegura.
Pero los planes de Chiara se truncaron.
Chiara era una apasionada del hockey.
Romina asegura que Chiara jamás expresó miedo ni hubo indicios de una relación violenta.
«Las pocas veces que me relacioné con él, era un chico extremadamente tranquilo. No era un noviazgo tóxico», afirma.
Chiara estaba cenando con sus amigas el 9 de mayo de 2015 cuando se fue con su novio con la promesa de que volvería.
Sus amigas se preocuparon por su tardanza. La llamaron y no obtuvieron respuesta. Luego de algunos episodios confusos dieron alarma a la policía.
En las horas siguientes la ciudad estaba movilizada. «Todo Rufino estaba buscándola», recuerda Romina.
«Cuando ya habían pasado muchas horas empecé a pensar que algo iba a terminar mal, como cuando en el fondo estás esperando la mala noticia», dice.
«La gota que rebalsó el vaso»
La muerte de Chiara Páez dio el puntapié para que muchas mujeres en Argentina dijeran basta y gritaran que no se puede tolerar la muerte de ninguna más.
Desde el 10 de mayo al 3 de junio de 2015 esas mujeres empezaron las organizaciones para la marcha que se realizó en Buenos Aires con cerca de 200.000 asistentes y que se replicó en 80 ciudades argentinas y en otros países.
«Lo de Chiara fue la gota que rebalsó el vaso. Se venían dando un montón de muertes de mujeres, violencia, en todos los ámbitos. Como fue el de Chiara podría haber sido el de otra chica», reflexiona Romina, que desde ese momento se volvió una activista de la lucha feminista.
Para ella, el fallecimiento de su hermana provocó muchos cambios.
«Con la muerte de Chiara, la sociedad tuvo otro compromiso. Cambiaron muchas cosas. No es poca cosa sentirte apoyada cuando estas sufriendo violencia de género», analiza.
Según el último informe de 2018 del Observatorio de Igualdad de Género de América Latina y el Caribe de Cepal, en solo ese año más de 3.500 mujeres en la región fueron víctimas de femicidio o feminicidio, es decir el asesinato por su condición de género.
Si bien no existe una definición consensuada de los conceptos de «femicidio» y de «feminicidio», su alcance, su contenido y sus implicaciones son todavía objeto de amplios debates tanto en las ciencias sociales como en la acción política y en los procesos legislativos nacionales. Sus acepciones varían según el enfoque desde el cual se examina y la disciplina que lo aborda, explica la ONU.
Este año no hay marcha programada de «Ni una Menos» por la cuarentena del coronavirus en varios países de América Latina, pero están previstas varias actividades en línea que se pueden encontrar en la página web de la organización.
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