El diagnóstico de este reconocido economista y analista internacional venezolano es categórico: desdramatiza la responsabilidad de China en esta crisis, pero sí enfoca sus críticas a los países occidentales que se han tomado la pandemia con liviandad. Advierte acerca de las graves consecuencias económicas y los efectos políticos que todo esto puede tener en América Latina, en términos de tentaciones populistas y autoritarias, y prevé que luego de todo esto “habrá que reconstruir el capitalismo”.
Por Cristián Pizarro Allard | El Mercurio | MoisesNaim.com
Moisés Naim fue ministro de Industria y Comercio de Venezuela “durante la demo- cracia”, como se encarga de precisar, y además director ejecutivo del Banco Mundial. En la actualidad, reside en Washington, en donde se desempeña como distinguished fellow del think tank Carnegie Endowment. Autor de numerosos libros y asiduo columnista en la prensa mundial, en estos días revisa el manuscrito final de su nuevo libro, “La revancha del poder”, donde explica los procesos de concentración que vive este en el “convulsionado siglo XXI”.
—¿Se encuentra usted entre aquellos que sostienen que el régimen chino es el responsable de la expansión del coronavirus por el mundo? En estas mismas páginas, el académico Guy Sorman ha sostenido esa tesis, por lo que se ha trenzado en una polémica con el embajador de la nación asiática en Chile.
—Tanto como los Estados Unidos fueron los responsables de la crisis financiera del 2007-2009. Sobre eso, los paralelos son evidentes. Sin embargo, más allá de aquello, me parece poco útil andar buscando responsables. Hoy son las acciones políticas internacionales de cooperación las que deben primar. El aislamiento está funcionando muy bien a nivel individual para contener la dispersión de la epidemia, pero el distanciamiento no funciona entre países. En estos momentos lo que necesitamos es que los países, especialmente en el área económica, se acerquen más, se coordinen más, sincronicen más sus acciones.
—¿Pero no le parece que el ocultamiento de información del que se acusa al régimen chino y la falta de transparencia informativa con que han manejado el tema sí constituyen aspectos que el resto del mundo legítimamente puede recriminarles y pedirles cuenta?
—Sí, no lo dudo, pero tampoco veo claramente cuáles son las consecuencias prácticas de eso. La duda y la desconfianza hacia China no es algo nuevo. El sentimiento antichino viene en muchos países de Occidente desde hace tiempo, la acusación de que roban propiedad intelectual, que copian productos y tecnologías, que son una sociedad policial, no son nuevas. No son producto del coronavirus. Quiero decir que hay una larga lista de objeciones, muchas muy legítimas, y de críticas al gobierno chino. Y bueno, aquí la alternativa es seguirlas profundizando en aquello o buscar la manera de usar lo que los chinos puedan aportar para buscar una solución hacia adelante.
—¿Y advierte que esta crisis pueda tener consecuencias al interior de China?
—Creo que ya las está teniendo. El régimen se sintió sorprendido, y dado que es autoritario y centralizado, ese tipo de cosas no le gustan. Creo que hay mucho de lo que está pasando internamente en China que no sabemos y que está siendo escondido. Presumo que debe haber mucha conmoción social no detectada por nosotros. De allí a suponer que esta turbulencia vaya a generar una caída del actual gobierno, me parece que es una afirmación que en estos momentos no está planteada.
RESPUESTAS DE TRUMP
—Las democracias occidentales han sido, al menos, tardías y en algunos casos francamente ineficientes en la respuesta al coronavirus. ¿Cómo calificaría en particular lo realizado hasta ahora por la administración Trump?
—Ha sido al menos una posición muy errática. Ha pasado de un discurso inicial muy desdeñoso y de menosprecio ante la gravedad de la pandemia. Llegó a decir que era pasajero, que desaparecería en abril, hasta ahora, que ha cambiado al darse cuenta de los efectos devastadores que está te- niendo entre la población.
—¿A qué atribuye usted esa actitud hasta cierto punto frívola por parte del gobierno del país más poderoso del planeta?
—Una de las características más fuertes del populismo que hemos visto en los últimos tiempos es el desprecio por los expertos y por los científicos. Es la idea de que estos líderes están ungidos por un cierto conocimiento intensivo y profundo que supera a cualquier conocimiento especializado. Se basan en el sentimiento, la emoción y la intuición de sus conductores políticos como si eso bastara. Es algo de verdad muy peligroso, ya que cuando no tienes cerca a los que saben te quedas en el mundo de los charlatanes. Y esta característica que notamos en Trump también la comparte, a su manera, López Obrador y Bolsonaro. En esta crisis ha habido charlatanes irresponsables, y clara- mente ellos tres están dentro de esa lista.
—Lo que pasa en EEUU, ¿tendrá consecuencias electorales en noviembre?
—En política cada vez es más difícil pronosticar. Para responder bien a su pregunta, habrá que ver cómo estará la situación de es- ta pandemia en ese momento. Aquí será clave el número de víctimas fatales y de contagiados a los que se llegue. Pero entre los asuntos más determinantes estará la situación económica, cómo está la catástrofe de salud, cuántos contagiados y desempleados hay. La semana pasada, el Congreso de los EE.UU. aprobó el paquete de medidas económicas de socorro y de ayuda más grande en la historia de la humanidad, pero entonces hoy ya están apareciendo las dificultades de cómo se les hace llegar esa ayuda a quienes lo necesitan. Si eso no se hace bien, se producirá una ola de bancarrota, con las que este extraordinario monto de 2,2 billones de dólares no tenga las consecuencias para las cuales fue aprobado.
—Sin embargo, recientes encuestas apoyan la forma en que Trump está conduciendo la crisis. ¿Cómo se explica eso?
—No me atrevo a hacer un juicio, porque si bien Trump nos sorprende con sus cosas, lo que nos sorprenden aún más son los seguidores de Trump. Un 48% de los encuestados recientemente considera que el Presidente lo está haciendo bien ante esta crisis. Los expertos dicen que esto siempre ocurre cuando hay una catástrofe nacional. Aquí hay una sensación de que este 48% debe tener una componente de su base permanente, un grupo de votantes que lo respalda independientemente de lo que él haga, más otro número de votantes en este caso que están unificándose alrededor del país. Entonces hay un sentimiento nacionalista que lo puede estar ayudando. Pero no sabemos cuánto va a durar, más aún si las noticias muestran cómo se siguen amontonando los cadáveres, cómo en algunas partes están desbordados los sistemas de salud, el desabastecimiento de materiales médicos necesarios, y ante ese panorama resultará muy difícil mantener la idea de que Trump ha manejado bien la crisis.
—¿No le parece sintomático e incluso decidor que el principal problema de naturaleza realmente global que enfrenta el mundo en los últimos 50 años no sea un asunto cuyas soluciones lo esté liderando EE.UU.? ¿No es acaso una cierta demostración del “declinar americano”?
—El declinar de Estados Unidos se ha venido acelerando en los últimos años, pero no debido a que sus rivales estén en ascenso, sino a que Trump deliberadamente ha cedido espacios de influencia geopolítica. Y una vez que sale, esos espacios fueron ocupados por China, Rusia y por otros. Entonces, ha habido una declinación en la influencia geopolítica de EE.UU. Trump decidió sacar a su país de todos los acuerdos internacionales más relevantes y volcarse hacia el interior de su país. Y es lo que estamos viendo ahora. Lo anterior será muy complejo de cara a las secuelas económicas de la crisis sanitaria, las que van a necesitar de coordinación y aliados internacionales. Y esos son aliados a los que Trump sistemáticamente ha ofendido, desdeñado, insultado. Ahora tendrá que buscarlos y ver cómo se coordina con ellos.
LOS EFECTOS SOBRE AMÉRICA LATINA
—En América Latina, ¿cómo ha visto las reacciones de los diferentes países?
—En la región hay diferentes realidades. Existen países que lo están haciendo muy bien frente a este virus, como es el caso de Guatemala, donde el nuevo Presidente ha tomado medidas acertadas y oportunas, pasando por países como Colombia y Chile que han tenido un comportamiento muy razonable, hasta casos muy críticos como México y Brasil. En estos últimos hemos visto actitudes insólitas y francamente irresponsables. López Obrador dijo que la crisis se enfrenta con unos amuletos que mostró en televisión y diciendo que hay que abrazarse y no alejarse, que todo el mundo debe seguir en el trabajo. A buena hora estos discursos están cambiando. Pero no olvidemos que tanto Trump como Bolsonaro y López Obrador comparten entre sí su condición de gobernantes populistas, aunque de distinto signo. En síntesis, en la región veo más claros a los líderes en general, con las excepciones que mencionó, que a la población. Esta última ha sido descuidada y poco disciplinada en su actuar.
—¿Advierte con preocupación que Latinoamérica pueda entrar en un período de inestabilidad económica y política como consecuencia de este fenómeno?
—Yo no uso la palabra inestabilidad, sino que grave crisis económica, quizás la más importante de su historia. La gente de Goldman Sachs dice que América Latina está muy expuesta, porque depende mucho de la exportación de sus comodities, que se han caído brutalmente. América Latina está a punto de pegarse contra una pared y, según todos los expertos, va a sufrir la peor recesión de la posguerra.
—¿Y en el plano político cómo afectará todo esto en el continente?
—Eso siempre viene también aparejado. A mí lo que más me preocupa es que cuando surgen pandemias de este tipo, y se reúne una crisis sanitaria más otra de carácter económico, se genera un caldo de cultivo muy grande para dos cosas. Primero, para la aparición de populistas que prometen lo que no van a cumplir. Pero también aumentan las tentaciones autoritarias. Ya lo acabamos de ver en Europa, donde Orbán, el Primer Ministro de Hungría, ha pasado un decreto que le da potestades especiales que levantan deciviles. En fin, muchos lo han llamado la primera dictadura del covid-19. Entonces, tenemos dos modelos si se quiere, uno es el de Orbán en Hungría y el otro el de Maduro en Venezuela.
—A este respecto, ¿cómo hay que entender las últimas decisiones de EE.UU. frente al régimen de Maduro en medio de esta crisis? ¿Se trata del tiro de gracia que buscaba Trump para lograr su caída?
—Ojalá que sí, pero no parece tan inminente. Lo que sé es que EE.UU. tiene esta táctica de máxima presión sobre Irán y Venezuela. En la semana pasada les pusieron precio a catorce líderes del gobierno venezolano, se presentó una propuesta para la transición en mi país y se ha duplicado la presencia militar en el Caribe para dificultar el tránsito del narcotráfico en aguas cerca de Venezuela. Y eso tiene que ver con la estrategia que los americanos llaman de “la zanahoria y el garrote” ¿Cuál será su destino?, resulta incierto aún.
¿NUEVO CAPITALISMO?
—¿En qué medida cree que el capitalismo no volverá a ser el mismo después de esta crisis? Hay quienes han sostenido que lo que la crisis subprime no logró modificar sí lo hará el coronavirus.
— Algo de eso ya venía pasando antes de la crisis, y creo que la crisis lo va a acelerar. No pienso por un minuto que el mundo va a tender hacia economías planificadas. Sí, veo que va a haber áreas en las cuales el Estado va a tener un rol más grande que el que tenía en el pasado, sobre todo en EE.UU. Ya en ese país había un debate muy fuerte con respecto a la urgente necesidad de reformar el sistema de salud, y eso sin duda formará parte de los debates para las elecciones en noviembre. El sistema capitalista tiene áreas donde es inevitable que haya correcciones: desigualdad, crashes recurrentes y poder de las grandes empresas. Entonces, cuando hablamos de reconstruir el capitalismo, hay que atender al menos a esas cosas.
—La salida de un tema económico de estas características requerirá de mucha colaboración entre los principales países. ¿Ve que existan las condiciones como para poder configurar algo de este tipo en los próximos meses en el mundo, en atención a las enormes desconfianzas imperantes?
—Sí, porque ya la situación desde el punto de vista económico empieza a exigir que haya coordinación. Le voy a dar unos números muy interesantes. Entre febrero y marzo de este año hubo 5 billones de dólares en estímulos fiscales en todo el mundo, lo que equivale a algo como el 6% del tamaño de la economía mundial y que fue destinado al gasto público. Hubo 65 episodios de recortes de tasas de interés. En 20 países se iniciaron políticas de expansión cuantitativa, de liberalización monetaria. Todo esto lo hicieron sin mucha coordinación, y creo que ya están empezando a entender que el volumen de esto es tal que ningún país, ni siquiera EE.UU. o China, podrá atender solo.