“En un mundo gobernado por los muertos nos hemos visto obligados a comenzar, finalmente, a vivir”, dice Michonne, ahora conocida como juez Hawthorne, citando a Rick Grimes en el juicio contra Carl Grimes por el asesinato a sangre fría de un zombie (luego vamos con ello) en el último número de The Walking Dead el que pone fin a la serie.
Esa es la gran moraleja de The Walking Dead, la serie de cómics que parecía que iba a ser interminable (aspiraba extraoficialmente desde hace años a superar el hito de los 300 número de Cerebus), pero que se ha quedado, por sorpresa, en el número 193. Su creador, Robert Kirkman, ha puesto punto y final a la historia.
Y, ojo, que él sabía que la serie iba a acabar en cuanto se resolvieran las cosas en Alejandría y Rick Grimes diera su vida por lo que creía que era justo. El problema es que no se lo había contado a nadie. Los lectores después de asistir a la muerte de Grimes a manos de Sebastian, el hijo adolescente de Pamela Milton, primero, y ya zombie perdido, a manos de su hijo Carl, se habían (bueno, vale, nos habíamos) puesto a especular con qué pasaba a continuación, con quién era el nuevo protagonista de la saga (que ha vendido más de 50 millones de copias en todo el mundo), sin pensar ni por un solo minuto que no había un después, que sólo quedaba un epílogo que transcurre en el futuro, 20 años después (aprox.) de la muerte de Grimes.
Es un epílogo y no el número en el que empieza una nueva saga. Y en el fondo, si lo piensas, tiene todo el sentido: se supone que Grimes da la vida por la Commonwealth, es una muerte épica. Muere, básicamente, para preservar la vida. Robert Kirkman escribe esto en su carta a los lectores del último número.
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