El todopoderoso e inconmovible régimen comunista chino, el que vendría a ser desde cualquier comparación posible la dictadura más exitosa de la historia, ha encontrado su flanco débil: Hong Kong. Aplastar la rebelión ciudadana en ese territorio implicaría un costo económico gigantesco para China, pero no hacerlo es tolerar un constante foco democrático de perturbación dentro del gigante asiático. Un dilema para el presidente Xi Jinping. Así lo reseña ALnavío.
Por Pedro Benítez / ALnavío.
Aunque las apariencias indiquen otra cosa, no hay dictadura perfecta. Desde que arribó al poder en marzo de 2013 Xi Jinping, presidente de la República Popular China y secretario general del Partido Comunista (PCC), ha acumulado más poder en su persona que ninguno otro líder chino desde Mao Tse tung, al punto de establecer la reelección indefinida en sus cargos rompiendo con la norma de rotarlos como lo había hecho la mayoría de sus predecesores.
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Usando como pretexto la lucha contra la corrupción generalizada (uno de los males de la República Popular) Xi Jinping se dedicó a sacar del juego tanto en el gobierno como en el partido a todos sus potenciales rivales. Su poder ha llegado a tal nivel que incluso su “pensamiento” ha sido admitido en la filosofía oficial del PCC equiparado con el del expresidente Mao. Observadores extranjeros lo señalan de haber reiniciado el culto a la personalidad que caracterizó a la era maoísta.
Así, Xi Jinping se ha convertido, para todos los efectos prácticos, en un nuevo emperador. Pero lo ha hecho vendiendo en el exterior la imagen de un líder comprometido con la paz y (sorprendentemente) con el libre comercio. El gasto militar de China es apenas una fracción del de Estados Unidos aunque tienen PIB similares y esa potencia posee menos armas nucleares que Rusia y Francia.
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